En algún lugar del mundo un hombre ha secuestrado a una niña. Pronto va a violarla, torturarla y matarla. Si una atrocidad de este tipo no estuviera ocurriendo en este preciso momento, sucederá en unas pocas horas, como máximo unos días. Tanta es la confianza que nos inspiran las leyes estadísticas que gobiernan las vidas de 6 mil millones de seres humanos. Las mismas estadísticas también sugieren que los padres de esta niña creen que en este preciso momento un Dios todopoderoso y amoroso cuida de ellos y su familia. ¿Tienen derecho a creer esto? ¿Es bueno que crean esto?
No.
La integridad del ateísmo está contenida en esta respuesta. El ateísmo no es una filosofía; ni siquiera es una visión del mundo; es un rechazo a desmentir lo obvio. Desafortunadamente, vivimos en un mundo en el cual lo obvio es, por principio, pasado por alto. Lo obvio debe ser observado y reobservado y discutido. Ésta es una tarea ingrata. Se la toma con un aura de petulancia e insensibilidad. Es, más que nada, una tarea que el ateo no desea.
Aunque resulta menos notorio, nadie necesita identificarse a sí mismo como un no-astrólogo o un no-alquimista. Consecuentemente, no tenemos palabras para la gente que niega la validez de esas pseudodisciplinas. En el mismo sentido, «ateísmo» es un término que no debería existir. El ateísmo no es más que el ruido que la gente razonable hace cuando se topa con el dogma religioso. El ateo es simplemente una persona que cree que los 260 millones de estadounidenses (el 87% de la población) que dicen no tener dudas sobre la existencia de Dios deberían estar obligados a presentar pruebas de su existencia, e incluso, de su benevolencia, dada la imparable destrucción de seres humanos inocentes de la que somos testigos a diario.
Nada más que el ateo advierte cuán sorprendente es nuestra situación: la mayor parte de los nuestros cree en un Dios que, bajo todo concepto, es igual de fantástico que los dioses del Olimpo; nadie, sea cuales fueren sus capacidades, puede ocupar un cargo público en los Estados Unidos sin suponer que ese Dios existe; y muchas de las cosas que pasan en la política pública en este país se deben a tabúes religiosos y supersticiones propias de una teocracia medieval. Nuestra realidad es abyecta, indefendible y horrorosa. Sería graciosa, si las consecuencias no fuesen tan graves.
Vivimos en un mundo donde todas las cosas, buenas y malas, acaban destruidas por el cambio. Los padres pierden a sus hijos y los hijos a sus padres. Los maridos y esposas se separan por un instante, y nunca se vuelven a ver. Los amigos se despiden con prisa, sin saber que será la última vez que lo hagan. Esta vida, cuando se la mira en su totalidad, se aparece como poco más que un vasto drama de la pérdida. La mayoría de las personas, sin embargo, imaginan que hay una cura para esto. Si vivimos correctamente –ni siquiera éticamente, sino dentro de los parámetros de ciertas creencias antiguas y conductas esterotipadas– obtendremos todo lo que queramos después de que hayamos muerto. Cuando caigan finalmente nuestros cuerpos, simplemente nos desharemos de nuestro lastre corporal y viajaremos a una tierra en la que nos reuniremos con todos los que amamos cuando estábamos vivos. Por supuesto, la gente demasiado racional y demás chusma quedará excluida de este sitio feliz, y aquéllos que suspendieron su increencia mientras vivían serán libres para disfrutar de sí mismos por toda la eternidad.
Vivimos en un mundo de sorpresas inimaginables –desde la energía de fusión que irradia el sol a la genética y las consecuencias evolutivas de estas luces que bailan por eones desde el Oriente– y todavía el Paraíso conforma a nuestros intereses más superficiales con la comodidad de un crucero por el Caribe. Esto es asombrosamente extraño. Alguien no lo conociera pensaría que el hombre, en su miedo a perder todo lo que ama, ha creado el cielo, junto con su Dios guardián, a su imagen y semejanza.
Considérese la destrucción que el huracán Katrina dejó en Nueva Orléans. Más de un millar de personas murieron, decenas de miles perdieron todas sus posesiones terrenas y cerca de un millón fueron desposeídas de su hogar. Con seguridad, se puede decir que casi todos los que vivían en Nueva Orléans en el momento del desastre del Katrina creía en un Dios omnipotente, omnisciente y compasivo. ¿Pero qué estaba haciendo Dios mientras un huracán devastaba su ciudad? Seguro que oía la plegarias de los viejos y las mujeres que huían de la inundación hacia la seguridad de sus azoteas, sólo para terminar ahogándose más lentamente. Eran personas de fe. Eran buenos hombres y mujeres que habían rezado durante todas sus vidas. Sólo el ateo ha tenido el coraje de admitir lo obvio: esa pobre gente murió hablándole a un amigo imaginario.
Claro, había advertencias de que una tormenta de proporciones bíblicas sacudiría Nueva Orléans, y el la respuesta humana al desastre posterior fue trágicamente ineficaz. Pero fue ineficaz sólo bajo la luz de la ciencia. Los indicios del avance del Katrina fueron sacados de la muda Naturaleza mediante cálculos meteorológicos e imágenes satelitales. Dios no le cuenta a nadie sus planes. De haberse confiado los residentes de Nueva Orléans en la caridad del Señor, no se habrían enterado de que un huracán asesino se abatiría sobre ellos hasta que hubieran sentido las primeras ráfagas del viento sobre sus rostros. A pesar de todo, según una encuesta del Washington Post, un 80% de los sobrevivientes del Katrina aseguraban que el suceso había reforzado su fe en Dios.
Mientras el Katrina devoraba Nueva Orléans, cerca de mil peregrinos chiítas morían al derribarse un puente en Iraq. No caben dudas de que esos peregrinos creían poderosamente en el Dios del Corán: sus vidas estaban organizadas alrededor del hecho indubitable de su existencia; sus mujeres caminaban con el rostro velado delante de él; sus hombres se mataban regularmente unos a otros en nombre de interpretaciones enfrentada de su palabra. Sería de destacar si un solo de los sobrevivientes de esta tragedia perdiera su fe. Lo más probable es que los sobrevivientes imaginen que han sido resguardados por la gracia de Dios.
Sólo el ateo reconoce el infinito narcisismo y el autoengaño de los que se salvaron. Sólo el ateo comprende cuán moralmente despreciable es que los sobrevivientes de una catástrofe se crean salvados por un Dios amoroso mientras que este mismo Dios ahogaba a los niños en sus cunas. Debido a que se niega a tapar la realidad del sufrimiento del mundo con el disfraz de una fantasía de vida eterna, el ateo siente hasta en los huesos cuán preciosa es la vida, y al mismo tiempo cuán desafortunados sos esos millones de seres humanos que sufren el más terrible ataque a su felicidad sin ninguna razón valedera.
Uno se pregunta cuán vasta y gratuita tiene que ser una castástrofe para que alcance a a sacudir la fe del mundo. El Holocausto no lo consiguió. Tampoco lo habría hecho el genocidio en Ruanda, ni aunque sus perpetradores fuesen sacerdotes armados con machetes. Quinientos millones de personas murieron de viruela durante el siglo XX, casi todos niños. Los caminos de Dios son, sin duda, inescrutables. Pareciera que cualquier hecho, no importa cuán infeliz sea, puede ser compatible con la fe religiosa. En materia de fe, hemos decidido no tener los pies en la Tierra.
Por supuesto, la gente de fe asegura que Dios no es responsable del sufrimiento de la humanidad. Pero, ¿cómo podemos entender que se afirme que Dios es a la vez omnisciente y omnipotente? No hay otro modo, y es tiempo de que los seres humanos razonables lo asuman. Es el viejo problema de la teodicea, claro, y deberíamos considerarlo resuelto. Si Dios existe, pues no puede hacer nada por detener las más descomunales calamidades o no le importa hacerlo. Dios, por consiguiente, o es impotente o es malvado. Los lectores piadosos ejecutarán ahora la siguiente pirueta: Dios no puede ser juzgado por las simples reglas humanas de moralidad. Pero, obviamente, las simples reglas humanas de moralidad son precisamente las que primero usan los fieles para establecer la bondad de Dios. Y cualquier Dios que se preocupara por algo tan trivial como un matrimonio gay o el nombre por el que debe ser mencionado en una plegaria, no es tan inescrutable después de todo. Si existiera, el Dios de Abraham no sería solamente indigno de la inmensidad de la creación, sería indigno de cualquier hombre.
Hay otra posibilidad, claro, y es la más razonable y la más odiosa: el Dios de la Biblia es una ficción. Como Richard Dawkins ha observado, todos somos ateos con respecto a Zeus y a Thor. Sólo el ateo ha concluido que el dios bíblico no es diferente. Consecuentemente, sólo el ateo es lo suficientemente compasivo como para tomarse en serio la hondura del sufrimiento mundial. Es terrible que todos vayamos a morir y perder cada cosa que amamos; es doblemente terrible que tantos seres humanos sufran sin necesidad mientras viven. Buena parte de ese sufrimiento puede ser directamente atribuido a la religión –a los odios religiosos, las guerras religiosas, las ilusiones religiosas (religious delusions) y las diversiones religiosas de escasos recursos–, y es lo que convierte al ateísmo en una necesidad moral e intelectual. Es una necesidad, de todos modos, que el desplaza al ateo hacia los márgenes de la sociedad. El ateo, por el mero hecho de estar en contacto con la realidad, termina lleno de vergüenza al no tener relación con la vida de fantasía de sus vecinos.
La naturaleza de la creencia
Según varias encuestas recientes, el 22 % de los americanos están totalmente convencidos de que Jesús volverá a la Tierra algún día de los próximos 50 años. Otro 22% cree que lo anterior es bastante probable. Seguramente este mismo 44 % de americanos son los que van a la iglesia una vez por semana o más, que creen literalmente que Dios prometió la tierra de Israel a los judíos, y que quieren prohibir la enseñanza del hecho biológico de la evolución a nuestros hijos. Como bien sabe el Presidente George W. Bush, los creyentes de esta categoría constituyen el segmento más cohesionado y motivado del electorado americano. Por consiguiente, sus opiniones y prejuicios influyen en casi todas las decisiones de importancia nacional. Los políticos liberales parecen haber extraído una lección incorrecta de estos acontecimientos y han vuelto su mirada hacia las Escrituras, preguntándose cómo podrían congraciarse con las legiones de hombres y mujeres de nuestro país que votan en gran parte basándose en el dogma religioso. Más del 50 % de los americanos tiene una opinión «negativa» o «sumamente negativa» de la gente que no cree en Dios; el 70 % piensa que es muy importante que los candidatos a la presidencia sean «firmemente religiosos». La irracionalidad se encuentra ahora en ascenso en los Estados Unidos: en nuestras escuelas, en nuestros tribunales y en cada rama del gobierno federal. Sólo el 28 % de los americanos cree en la evolución; el 68 % cree en Satán. Una ignorancia de tal calibre, concentrada tanto en la cabeza como en el vientre de una superpotencia sin rival, representa actualmente un problema para el mundo entero.
Aunque sea bastante fácil para la gente de buen tono criticar el fundamentalismo religioso, la llamada «moderación religiosa» todavía disfruta de un prestigio considerable en nuestra sociedad, incluso dentro de la torre de marfil. Lo anterior resulta irónico, ya que los fundamentalistas tienden a hacer un uso de sus cerebros más basado en principios que los «moderados». Aunque los fundamentalistas justifiquen sus creencias religiosas con pruebas y argumentos extraordinariamente pobres, al menos intentan dar una justificación racional. Los moderados, en cambio, generalmente no hacen más que citar las consecuencias benéficas de la creencia religiosa. En lugar de decir que creen en Dios porque ciertas profecías bíblicas se han cumplido, los moderados dirán que ellos creen en Dios porque esta creencia «da sentido a sus vidas».
Cuando un tsunami mató a cien mil personas el día siguiente al de Navidad, los fundamentalistas interpretaron fácilmente este cataclismo como una prueba de la ira de Dios. Al parecer, Dios había enviado otro mensaje oblicuo a la humanidad sobre los males del aborto, la idolatría y la homosexualidad. Aunque moralmente obscena, esta interpretación de los acontecimientos es hasta cierto punto razonable, aceptando determinadas suposiciones (absurdas). Los moderados, en cambio, rechazan extraer cualquier conclusión sobre Dios a partir de sus obras. Dios sigue siendo un perfecto misterio, una mera fuente de consuelo que es compatible con la existencia del mal más desolador. Ante desastres como el tsunami asiático, la piedad liberal es apta para producir las más afectadas y pasmosas tonterías imaginables. Así y todo, los hombres y mujeres de buena voluntad prefieren habitualmente tales vacuidades a la moralización y profetización odiosas de los creyentes auténticos. Ante las catástrofes, sin duda es una virtud de la teología liberal que ésta enfatice la piedad sobre la ira. Vale la pena señalar, sin embargo, que es la piedad humana lo que se revela –no la de Dios– cuando los cuerpos hinchados de los muertos son devueltos por el mar. Cuando miles de niños son arrancados simultáneamente de los brazos de sus madres y ahogados en el mar durante días, la teología liberal debe revelarse como lo que es –el más vacuo y estéril de los pretextos mortales. Incluso la teología de la ira tiene más mérito intelectual. Si Dios existe, su voluntad no es inescrutable. Lo único inescrutable en estos hechos terribles es que hombres y mujeres neurológicamente sanos puedan creer lo increíble y pensar que esto es la cumbre de la sabiduría moral.
Es completamente absurdo sugerir, como hacen los religiosos moderados, que un ser humano racional pueda creer en Dios simplemente porque esta creencia le hace feliz, porque alivia su miedo a la muerte o porque otorga sentido a su vida. La absurdidad se hace obvia en el momento en que cambiamos la noción de Dios por alguna otra proposición de consuelo: imaginemos, por ejemplo, que un hombre desea creer que existe un diamante enterrado en algún lugar de su patio trasero, y que este diamante es del tamaño de un refrigerador. Sin duda, se sentirá extraordinariamente bien al creer esto. Imaginemos qué pasaría entonces si ese hombre siguiera el ejemplo de los religiosos moderados y mantuviera dicha creencia en términos pragmáticos: cuando se le pregunta por qué piensa que hay un diamante en su patio trasero y que además ese diamante es miles de veces mayor que ningún otro que haya sido descubierto, el hombre dice cosas como las siguientes: «Esta creencia da sentido a mi vida», o «Mi familia y yo disfrutamos cavando para encontrarlo los domingos», o «Yo no querría vivir en un universo donde no hubiera un diamante enterrado en mi patio trasero y que fuera del tamaño de un refrigerador». Claramente estas respuestas son inadecuadas. Pero son peores que eso. Son las respuestas de un loco o de un idiota.
Aquí podemos ver por qué la apuesta de Pascal, el «salto de fe» de Kiergegaard y otros esquemas epistemológicos fideístas no tienen el menor sentido. Creer que Dios existe es creer que uno se encuentra en alguna relación con su existencia, tal que dicha existencia es ella misma la razón de la creencia de uno. Debe haber alguna conexión causal, o al menos una apariencia de ésta, entre el hecho en cuestión y la aceptación de ese hecho por parte de la persona. De este modo, podemos ver que las creencias religiosas, para ser creencias sobre cómo es el mundo, deben ser tan probatorias en el ámbito del espíritu como en cualquier otro ámbito. Pese a todos sus pecados contra la razón, los fundamentalistas religiosos entienden lo anterior; los moderados –casi por definición– no lo entienden en absoluto.
La incompatibilidad entre la razón y la fe ha sido un rasgo evidente de la cognición humana y del discurso público durante siglos. Una persona debe tener buenas razones para sostener firmemente lo que cree o lo que no cree. Las personas de todos los credos generalmente reconocen la primacía de las razones, y recurren al razonamiento y a las pruebas siempre que pueden. Cuando la indagación racional apoya el credo, aquélla siempre es defendida; cuando representa una amenaza, es ridiculizada, a veces en la misma frase. Sólo cuando las pruebas favorables a una doctrina religiosa son escasas o inexistentes, o hay una evidencia aplastante en su contra, sus defensores invocan la «fe». Es decir, los fieles simplemente citan los motivos para defender sus creencias (por ejemplo, «el Nuevo Testamento confirma las profecías del Antiguo testamento», «yo vi la cara de Jesús en una ventana», «rezamos, y el cáncer de nuestra hija comenzó a retroceder»). Tales razones son generalmente inadecuadas, pero son mejores que ninguna razón en absoluto. La fe no es más que la licencia que la gente religiosa se otorga a sí misma para seguir creyendo cuando las razones fallan. En un mundo fragmentado por creencias religiosas incompatibles entre sí, en una nación que se encuentra cada vez más sometida a concepciones propias de la Edad de Hierro acerca de Dios, el final de la historia y la inmortalidad del alma, esta lánguida división de nuestro discurso en asuntos de razón y asuntos de fe es sencillamente inadmisible.
La fe y la sociedad buena
La gente de fe afirma regularmente que el ateísmo es responsable de algunos de los crímenes más espantosos del siglo XX. Aunque sea cierto que los regímenes de Hitler, Stalin, Mao y Pol Pot eran irreligiosos en diversos grados, no eran especialmente racionales. De hecho, sus declaraciones públicas eran poco más que letanías de ilusiones: ilusiones sobre la raza, la identidad nacional, la marcha de la historia o los peligros morales del intelectualismo. En muchos sentidos, la religión fue directamente culpable incluso en estos casos. Consideremos el Holocausto: el antisemitismo que construyó pieza a pieza los crematorios nazis era una herencia directa del cristianismo medieval. Durante siglos, los alemanes religiosos habían visto a los judíos como la peor especie de herejes, y habían atribuido todos los males sociales a su presencia continuada entre los fieles. Mientras en Alemania el odio a los judíos se expresaba de un modo predominantemente secular, la demonización religiosa de los judíos continuó existiendo en Europa. (El propio Vaticano perpetuó el libelo de la sangre en sus publicaciones, en una fecha tan tardía como 1914.)
Auschwitz, el Gulag y los campos de la muerte no son ejemplos de lo que ocurre cuando la gente se hace demasiado crítica con las creencias injustificadas; al contrario, estos horrores son un testimonio de los peligros que conlleva el no pensar lo bastante críticamente sobre ideologías seculares específicas. Por supuesto, un argumento racional contra la fe religiosa no es un argumento para abrazar ciegamente el ateísmo como dogma. El problema expuesto por el ateo no es otro que el problema del dogma mismo (del que toda religión participa en grado extremo). No existe ninguna sociedad en la historia escrita que haya sufrido porque su gente se volviera demasiado razonable.
Aunque la mayor parte de los americanos creen que deshacerse de la religión es un objetivo imposible, la mayor parte del mundo desarrollado ya lo ha conseguido. Cualquier relato sobre un supuesto «gen divino», el cual sería responsable de que la mayoría de los americanos organicen desvalidamente sus vidas alrededor de antiguas obras de ficción religiosa, debe explicar por qué tantos habitantes de otras sociedades del Primer Mundo parecen carecer de dicho gen. El nivel de ateísmo existente en el resto del mundo desarrollado refuta cualquier argumento según el cual la religión es de algún modo una necesidad moral. Países como Noruega, Islandia, Australia, Canadá, Suecia, Suiza, Bélgica, Japón, Países Bajos, Dinamarca y el Reino Unido se encuentran entre las sociedades menos religiosas de la Tierra. Según el Informe de Desarrollo Humano 2005 de las Naciones Unidas, dichos países son también los más sanos, como indican las medidas de esperanza de vida, alfabetismo adulto, ingresos per cápita, desarrollo educativo, igualdad entre sexos, tasa de homicidios y mortandad infantil. A la inversa, las 50 naciones que ahora se encuentran en el escalafón más bajo en términos de desarrollo humano son fuertemente religiosas. Otros análisis reflejan la misma situación: los Estados Unidos son únicos entre las democracias ricas por su nivel de fundamentalismo religioso y por su oposición a la teoría evolutiva; también son únicos por las altas tasas de homicidio, abortos, embarazos de adolescentes, casos de SIDA y mortandad infantil. La misma comparativa es cierta dentro del territorio de los Estados Unidos: los Estados del Sur y del Medio Oeste, caracterizados por los niveles más altos de superstición religiosa y de hostilidad hacia la teoría evolutiva, están especialmente afectados por los mencionados indicadores de disfunción social, mientras que los estados relativamente seculares del Noreste se conforman más a los estándares europeos. Desde luego, los datos correlacionales de este tipo no resuelven las cuestiones de causalidad –la creencia en Dios puede conducir a la disfunción social; la disfunción social puede dar lugar a la creencia en Dios; cada factor puede fomentar el otro; o bien ambos factores pueden surgir de alguna fuente más profunda de disfuncionalidad. Dejando aparte la cuestión de la causa y el efecto, estos hechos demuestran que el ateísmo es absolutamente compatible con las aspiraciones básicas de una sociedad civil; también demuestran, de manera concluyente, que la fe religiosa no hace nada para asegurar la salud y el bienestar de una sociedad.
Los países con altos niveles de ateísmo también son los más caritativos en términos de prestación de ayuda extranjera al mundo en desarrollo. El dudoso eslabón existente entre el fundamentalismo cristiano y los valores cristianos también es refutado por otros índices de caridad. Consideremos la proporción entre los salarios de los altos ejecutivos y los salarios de los empleados medios: en Gran Bretaña es de 24 a 1; en Francia, de 15 a 1; en Suecia, de 13 a 1; en los Estados Unidos, donde el 83 % de la población cree que Jesús literalmente resucitó de entre los muertos, es de 475 a 1. Parece que aquí muchos camellos esperan entrar fácilmente por el ojo de una aguja.
La religión como fuente de violencia
Uno de los mayores desafíos afrontados por la civilización en el siglo XXI es que los seres humanos aprendan a hablar sobre sus intereses personales más profundos –sobre la ética, la experiencia espiritual y la inevitabilidad del sufrimiento humano– de un modo que no sea flagrantemente irracional. Nada obstaculiza más el camino de este proyecto que el respeto que concedemos a la fe religiosa. Doctrinas religiosas incompatibles han balcanizado nuestro mundo en comunidades morales separadas –cristianos, musulmanes, judíos, hindúes, etc.– y estos desacuerdos se han convertido en una fuente continua de conflicto humano. Ciertamente, la religión es hoy en día una fuente activa de violencia, tanto como lo fue en cualquier momento del pasado. Los conflictos recientes en Palestina (judíos contra musulmanes), los Balcanes (serbios ortodoxos contra croatas católicos; serbios ortodoxos contra musulmanes bosnios y albaneses), Irlanda del Norte (protestantes contra católicos), Cachemira (musulmanes contra hindúes), Sudán (musulmanes contra cristianos y animistas), Nigeria (musulmanes contra cristianos), Etiopía y Eritrea (musulmanes contra cristianos), Sri Lanka (budistas cingaleses contra hindúes tamiles), Indonesia (musulmanes contra cristianos timoreses), Irán e Irak (musulmanes chiítas contra musulmanes sunníes), y Cáucaso (rusos ortodoxos contra musulmanes chechenos; musulmanes azerbaijanos contra armenios católicos y ortodoxos) son simplemente algunos ejemplos. En estos lugares, la religión ha sido la causa explícita de literalmente millones de muertos en los últimos 10 años.
En un mundo dividido por la ignorancia, sólo el ateo se niega a rechazar lo evidente: la fe religiosa promueve la violencia humana a un nivel asombroso. La religión inspira la violencia en al menos dos sentidos: (1) a menudo las personas matan a otros seres humanos porque creen que el Creador del Universo quiere que así lo hagan (el corolario psicopático inevitable es que tal acto les asegurará una eternidad de felicidad después de la muerte). Los ejemplos de este tipo de comportamiento son prácticamente innumerables, siendo el más destacado el de los terroristas suicidas jihadistas. (2) Un número cada vez mayor de personas se encuentran inclinadas hacia el conflicto religioso, simplemente porque su religión constituye el corazón de sus identidades morales. Una de las patologías duraderas de la cultura humana es la tendencia a educar a los niños en el temor y a demonizar a otros seres humanos en base a la religión. Muchos conflictos religiosos que parecen motivados por intereses terrenales son, por lo tanto, de origen religioso. (Los irlandeses lo saben muy bien.)
A pesar de todos estos hechos innegables, los religiosos moderados tienden a imaginarse que el conflicto humano siempre puede reducirse a la carencia de educación, a la pobreza o a los agravios políticos. Ésta es una de las muchas ilusiones de la piedad liberal. Para disiparla, sólo tenemos que pensar en el hecho de que los secuestradores del 11-S eran universitarios de clase media-alta que no tenían ninguna historia conocida de opresión política. Sin embargo, habían pasado una cantidad de tiempo excesiva en su mezquita local, oyendo hablar de la depravación de los infieles y de los placeres que esperan a los mártires en el Paraíso. ¿Cuántos arquitectos e ingenieros aeronáuticos deberán volver a estrellarse contra una pared a 400 millas por hora, antes de que admitamos que la violencia jihadista no es un asunto de educación, política o pobreza? La verdad, bastante asombrosa, es la siguiente: una persona puede ser tan culta e instruída como para construir una bomba nuclear, y así y todo creer que obtendrá a 72 vírgenes en el Paraíso para toda la eternidad. Tal es la facilidad con que la mente humana puede ser alienada por la fe, y tal es el grado de acomodación de nuestro discurso intelectual a la ilusión religiosa. Sólo el ateo ha observado lo que ahora debería ser evidente para todo ser humano pensante: si queremos desarraigar las causas de la violencia religiosa debemos desarraigar las falsas certezas de la religión .
¿Por qué la religión es una fuente tan poderosa de violencia humana?
Nuestras religiones son intrínsecamente incompatibles entre sí. Jesús resucitó de entre los muertos y volverá a la Tierra como un superhéroe, o no; el Corán es la palabra infalible de Dios, o no lo es. Cada religión hace afirmaciones explícitas sobre cómo es el mundo, y la profusión abrumadora de estas afirmaciones incompatibles –que además son dogmas de fe obligatorios para todos los creyentes– crea una base duradera para el conflicto.
No hay ninguna otra esfera del discurso en la que los seres humanos articulen de manera tan clara sus diferencias mutuas, o en la que expresen estas diferencias en términos de recompensas y castigos eternos. La religión es la única realidad humana en la que el pensamiento nosotros-ellos alcanza una importancia trascendente. Si una persona cree realmente que llamar a Dios por su nombre correcto puede marcar la diferencia entre la felicidad eterna y el sufrimiento eterno, entonces se hace bastante razonable tratar con rudeza a los herejes e incrédulos. Hasta puede ser razonable matarlos. Si una persona piensa que hay algo que otra persona puede decirles a sus hijos que podría poner en peligro sus almas para toda la eternidad, entonces el vecino hereje es en realidad mucho más peligroso que el más sádico violador infantil. Los estigmas de nuestras diferencias religiosas son enormemente más pronunciados que los nacidos del mero tribalismo, del racismo o de la política.
La fe religiosa es un poderoso obstáculo al diálogo. La religión no es más que el área de nuestro discurso donde las personas se protegen sistemáticamente de la exigencia de aportar pruebas en defensa de sus creencias firmememente sostenidas. Así y todo, estas creencias de las personas a menudo determinan para qué viven, para qué morirán, y –demasiado a menudo– para qué matarán. Éste es un problema muy grave, porque cuando los estigmas diferenciales son muy pronunciados los seres humanos sólo encuentran una opción entre el diálogo y la violencia. Sólo una buena voluntad fundamental de ser razonable –de manera que nuestras creencias sobre el mundo sean revisadas por nuevas pruebas y nuevos argumentos– puede garantizar que sigamos hablando entre nosotros. La certeza sin pruebas es necesariamente divisoria y deshumanizadora. Aunque no existe ninguna garantía de que la gente racional siempre vaya a ponerse de acuerdo, indudablemente la gente irracional siempre estará dividida por sus dogmas. Parece sumamente improbable que podamos curar los desacuerdos existentes en nuestro mundo simplemente multiplicando las ocasiones para el diálogo interconfesional.
El objetivo de la civilización no puede ser la tolerancia mutua ni la irracionalidad manifiesta. Aunque todos los partidarios del discurso religioso liberal han acordado pasar de puntillas por aquellos puntos en los que sus visiones del mundo chocan frontalmente, estos mismos puntos seguirán siendo fuentes de conflicto perpetuo para sus correligionarios. La corrección política, por lo tanto, no ofrece una base duradera para la cooperación humana. Si la guerra religiosa debe hacerse inconcebible para nosotros, del mismo modo que ya lo son la esclavitud y el canibalismo, es absolutamente necesario prescindir de todos los dogmas de fe.
Cuando tenemos razones para creer lo que creemos, no tenemos ninguna necesidad de fe; cuando no tenemos ninguna razón, o sólo tenemos malas razones, hemos perdido nuestra conexión con el mundo y con los seres humanos. El ateísmo no es sino un compromiso con el nivel más básico de honestidad intelectual: las convicciones de una persona deberían ser proporcionales a sus pruebas. Pretender estar seguro de algo cuando no se está –en realidad, pretender estar seguro sobre proposiciones para las que ni siquiera es concebible prueba alguna– es un defecto tanto intelectual como moral. Sólo el ateo ha comprendido esto. El ateo es simplemente una persona que ha percibido la mentira de la religión y que ha rechazado convertirla en una mentira propia.
La fe es no querer saber la verdad, es ignorancia
«la fe es no querer saber la verdad, es ignorancia», es una frase muy poco inteligente, es igual que decir… «el ateismo es no querer saber la verdad, es ignorancia», ya que el ateismo niega la existencia de un ser superior, ya sea creador, o sea amor o lo que sea que diga cualquier religion, exista o no exista. Es como si yo dijese hace tres siglos… los atomos no existen, jajajaja acaso alguien los ha visto?? ahora claro, el que niegue que existe un atomo es absolutamente ignorante y estupido, pero claro, eso es ahora, igual que ahora decir, «dios no existe» suena igual de irracional que decir «dios existe», sencillamente por su indemostrabilidad actual. creo q lo mejor es dejar de decir chorradas, creer lo que te de la gana y preguntarte lo que realmente hay que preguntar… existe dios??? como probablemente muramos sin haber demostrado ninguna de las dos opciones, vive y deja vivir
Con la diferencia de que la primera tiene sentido y la segunda es un intento de copiar la primera, carente de él.
1º.- Porque creer en algo ciegamente (por fe) es no querer saber la verdad. Que bien podría ser distinta a lo que uno cree.
2º.- Porque el ateísmo es una postura ideológica que simplemente engloba al conjunto de personas que no creen en la existencia de una deidad. Los motivos pueden variar dependiendo de la persona. En mi caso, niego las afirmaciones de la existencia, no a la propia existencia (pues no he tenido el gusto de conocerla), y cuando he preguntado a todo aquel que me ha afirmado que esta existe, nunca ha sido capaz de demostrar lo que afirma. Ya no solo a los que les he preguntado sino todos a quienes he leído.
Asunto a aparte… a ver si dejamos de inventarnos personajes para después otorgarles cualidades. El amor es un sentimiento humano que se produce mediante reacciones bioquímicas en el cerebro.
«Es como si yo dijese hace tres siglos… los atomos no existen, jajajaja acaso alguien los ha visto?? ahora claro, el que niegue que existe un atomo es absolutamente ignorante y estupido, pero claro, eso es ahora,»
Estaría usted en todo su derecho de negar hace tres siglos la existencia del átomo, como estaría en todo su derecho de negar cualquier afirmación de su época que careciera de evidencias. De hecho, científicamente hablando, debería demostrar siempre aquello que afirma. Ahora, me quiere usted comparar al átomo con dios y eso es una soberana gilipollez. Cuando Demócríto concluye que la materia puede dividirse hasta cierto punto y que, a partir de ahí esta no podría dividirse más y denomina a esta «átomo», no estaba recurriendo a algo descabellado como lo es afirmar que existe un ser consciente y cognoscitivo, invisible y cargado de paradógicas omnicualidades ha creado todo (y que además te ama y quiere que te cortes el prepucio). Tal afirmación requiere de una demostración y esta, a diferencia del átomo, jamás ha sido probada.
Al atomo se le llamó así debido a Demócrito, pero por supuesto este tampoco cumplía con lo que Demócrito afirmaba: su indivisibilidad (como también postulaba Dalton). Ya los griegos conocían la electricidad y fue a esta a la que se le aplico el término. Y no fue hasta J. J. Thomson que supimos que a lo que llamábamos átomo podía dividirse en lo que se llamó electrones. No inventamos el término para referirnos a personajes de ficción y luego dijimos que estos tenían las cualidades que necesitábamos para responder a nuestra ignorancia en cuanto a cómo se producían las cosas.
Tal para usted abogar por el dios de los huecos le parezca inteligente, pero lo que sostiene es una tremenda gilipollez.
Habla usted ahora de átomos y ve sentido a su planteamiento porque estos existen y usted, ahora y en esta época, lo sabe. Pero podrían no haber existido igual que el Éter, la Piedra filosofal de la alquimia o el geocentrismo. Que se cuestione todo es sano y así es como se sabe si es cierto o no. Lo que es una estupidez es aceptar todo lo que a uno le afirman con la esperanza (fe) de que en un futuro se hayen las evidencias. Bajo ese razonamiento propongo inventarme cualquier estupidez que de explicación a algo y sostener que es cierta hasta que se demuestre lo contrario. Que es lo que usted hace (un ejemplo de como funciona la religión).
No creo que sostener debates sea «no dejar vivir» a alguien y, sinceramente, que usted esté diciendo lo que debe hacer o pensar, contradice lo que aquí pretende vendernos.
Llevo un rato sumergido en la página, he estado leyendo muchas cosas, pero yo no quiero debatir sobre si existe dios o dioses o no, o si es malo o bueno, me parece que negar la existencia de algo que no se conoce es tan irracional como quien lo cree sin pruebas (al fin y al cabo, no se puede, actualmente, demostrar ninguna de las dos teorías. Y si, los negativos si se pueden demostrar a diferencia de como se ha puesto de moda decir). La postura mas cientifica y racional, es simplemente estar abierto a cualquier posibilidad (pero de todas maneras, de algun modo u otro, todos somos algo irracionales), como bien se indica en muchos textos de esta pagina, las cosas que se descubren dia a dia son increibles, algunas parecen obra de ficción… sin embargo hay quien sigue insistiendo en negar posibilidades, como si fuera un dogma de fe, fe en la no existencia de seres creadores, o lo que sea.
Lo que realmente quiero expresar es sobre el tema… es mala la religion? si, sin ninguna duda. Afirmar esto es muy estupido, en serio, podría decirse lo mismo del ateismo, por que aunque muchos ateos pongan los ojos a otro lado, existen las matanzas y masacres de los ateos, de las cuales, se intenta hablar poco (y no, no estoy hablando del aborto, un caso muy interesante, ya que sea un ser humano o no, es un ser vivo que si se deja perdurar en el tiempo será un humano como nosotros, es un humano en potencia, si es que aun no lo es. Seria curioso responder a la pregunta, te gustaria q tus padres te hubiesen abortado xq no les apetecia tenerte? a mi no. Hay quien dice, !!no me habria enterado!! es verdad, pero sigue siendo bastante pobre vender todo lo que has experimentado en el mundo por un… no me habria enterado, es igual a decir, mi vida es una mierda, y mas, si no se cree en un alma eterna y se cree que solo hay una vida que es esta y que si te la quitan antes de nacer nunca podras experimentar). Volviendo al tema de si la religion es mala o buena yo digo la verdad. La religion no es ni mala ni buena, puede hacer bien y puede hacer mal, un arma, una ideologia politica o economica funcionan de la misma manera, incluso el ateismo o la ciencia (con ideologias y demás por supuesto descarto las teorías que tengan intrinsecas la propia maldad, como el nazismo). Lo que puede ser bueno o malo son las personas que la componen, y las personas son las responsables de hacer mal a traves de sus herramientas, ya sean sus propios cuerpos o sus ideas o enfoques. La idea de decir que una religion es mala es tan absurda como si yo me pusiese una camiseta en la que rezase, SOY ATEO, y me pusiera a matar gente por la calle, y luego dijeran… mirad lo que hace el ateismo!!
La verdadera pregunta no es que religion o creencia o anticreencia o como lo querais llamar, es la verdadera o no. La verdadera cuestion es… no podemos vivir todos en paz? centrarnos en lo verdaderamete importante, q mas da q seas ateo agnostico cristiano budista o musulman? lo importante es hacer el bien, y combatir el mal, ya sean otros ateos, otros musulmanes u otros cristianos. Atacar la religion y las personas que cren sin maldad es contraproducente. Centremonos mejor en quienes emplean mal las creencias para hacer el mal, en los radicales musulmanes que queman a integrantes de otras religiones, o en las sectas derivadas del cristianismo que destrozan familias, o a los ateos radicales que agreden y humillan a los cristianos.
La guerra de religiones esta pasada de moda, acaso no es este un mundo libre? acaso no podemos crear el mundo a nuestra manera? sin perjudicar a los demas por su puesto, sin criticar las creencias de otros tachandolas de ridiculas o absurdas, al intentar no darnos cuenta de las absurdeces de nuestras propias creencias?
Por desgracia esta guerra no acabara nunca, xq? xq no interesa, es mas rentable tener a la humanidad dividida, el poder utilizar a unos contra otros, al fin y al cabo, somos solo el ultimo escalon del mundo y muchos son engranajes encargados de promocionar la enemistad entre unos y otros.
PAAAAAAZ
Creo que cometes un error de lógica fácilmente rebatible, que es el que voy a tratar de responder en este comentario y que, espero, te sirva para aprender sobre algo que afirmas y que crees lógico cuando no lo es en absoluto. Pues yo, pese a quien afirma que soy parcial, no respondo en base a quien comenta sino en base a qué afirmaciones realiza. La tuya en este caso:
«negar la existencia de algo que no se conoce es tan irracional como quien lo cree sin pruebas (al fin y al cabo, no se puede, actualmente, demostrar ninguna de las dos teorías. Y si, los negativos si se pueden demostrar a diferencia de como se ha puesto de moda decir)»
1º.- Cometes un error semántico cuando formulas tu primera afirmación: no es «negar la existencia de algo que no se conoce» sino de algo que se conoce gracias a que los religiosos lo han definido muy bien. Un ateo no niega la existencia de algo que no conoce sino de las deidades. Esas que los mismos religiosos afirman. Ya me he cansado de repetir en decenas de comentarios la frase «niego la afirmación de la existencia de las deidades». Y estoy en todo mi derecho a hacerlo si: a) es absurda puesto que es incoherente con lo que ya se conoce (las leyes naturales) y b) quienes lo hacen dan argumentos absurdos y falaces para defender dicha existencia. De ahí que se les exija evidencias. Por eso tu comparación carece de sentido.
2º.- Afirmar que un personaje ficticio y literario existe no es proporcionar una teoría. Teoría (coloquial) sería decir que algo concreto lo ha creado ese personaje. Si nos referimos al bíblico, ya de entrada queda descartado como creador de nada, cuando en los únicos textos de donde parte la creencia en su existencia ya se describen cosas que han quedado desmentidas científicamente: una cronología cosmológica errónea (y desordenada), anacronismos históricos, hechos que jamás ocurrieron, respuestas erróneas sobre cuestiones fisiológicas (como el origen de las enfermedades) y geológicas (movimientos terrestes y astronómicos) relatos incoherentes, etc. Algo que, al igual que, al igual que en lo coloquial, lo descarta en términos científicos.
3º.- No sé de donde sacas que afirmen que «los negativos» no se pueden demostrar. Lo que se dice es que son quienes afirman algo (un positivo) quienes deben demostrarlo. No quienes lo niegan. De hecho a pedir que seamos los ateos quienes demostremos que algo imposible. Y con respecto a esto…
4º.- ¿»de moda»? Tan de moda que la probatio diabolica (Prueba diabólica) es algo que lleva aplicándose desde hace siglos en el ámbito jurídico (filosofía probatoria). Deberías leer más sobre filosofía probatoria y qué es el Onus probandi.
Con respecto a lo demás, qué más quisiéramos (al menos por mi parte) que no se discutiera sobre esto. Pero tal petición es un deseo y no es realista. No sé cumplirá mientras existan personas que crean ciegamente que lo dicho en un libro es dogma y debe cumplirse. Según esas personas, pensar como ellos es bueno y contrariarles es malo. Llevan siglos demonizando a todo el que no les lleva la razón. Una táctica de marketing usada por el fascismo alemán conocida como «el enemigo común». (todo el que no hace u opina lo que ellos es «Satán»)