"Dios ha sido durante mucho tiempo la mejor explicación disponible, pero ahora las tenemos mucho mejores. Dios no explica nada en absoluto, al contrario, se ha convertido en algo que necesita una cantidad insalvable de explicaciones."

Douglas Adams

Cosas a las que la religión se opuso por «demoníacas» o «herejes»: la patata

Los adalides de la moral divina que transmitieron las supersticiones y creencias prehistóricas que hoy día muchos creen, haciéndose ricos a costa de la credulidad que propagaban, demostraron en más de una ocasión el nivel de cordura que les provocaba ese virus llamado "Fe" que tanto empeño pusieron por propagar. Se podría pensar que, teniendo tanto contacto divino con ese personaje del que tanto hablan, sus juicios deberían haber sido más certeros. Pero la realidad les puso en su sitio y si hoy día disfrutamos (todos, incluidos sus herederos ideológicos) de muchas cosas no fue por ellos (y su caracter conservador y tradicionalista, motivado por su miedo irracional) y sus fantásticas "revelaciones" sino porque la sociedad, de caracter más pragmático, curioso y progresista, finalmente se impuso a sus delirios más esquizofrénicos y paranoides. Sírvanse, como ejemplos, de la lista de cosas  de uso común hoy día,  que mostraré a continuación en una serie de artículos, que en su día fueron rechazadas por los religiosos debido a su ya conocido espíritu intolerante. En este caso la patata.

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Los adalides de la moral divina que transmitieron las supersticiones y creencias prehistóricas que hoy día muchos creen, haciéndose ricos a costa de la credulidad que propagaban, demostraron en más de una ocasión el nivel de cordura que les provocaba ese virus llamado «Fe» que tanto empeño pusieron por propagar.

Se podría pensar que, teniendo tanto contacto divino con ese personaje del que tanto hablan, sus juicios deberían haber sido más certeros. Pero la realidad les puso en su sitio y si hoy día disfrutamos (todos, incluidos sus herederos ideológicos) de muchas cosas no fue por ellos (y su carácter conservador y tradicionalista, motivado por su miedo irracional) y sus fantásticas «revelaciones» sino porque la sociedad, de carácter más pragmático, curioso y progresista, finalmente se impuso a sus delirios más esquizofrénicos y paranoides.

Sírvanse, como ejemplo, de la lista de cosas  de uso común hoy día, que mostraré a continuación en una serie de artículos, que en su día fueron rechazadas por los religiosos debido a su ya conocido espíritu intolerante. En este caso la patata.

El pensamiento de la época

¿Quién no ha probado alguna vez una patata (nombre que deriva de la mezcla papa y batata)? ¿Serían reticentes a comerlas alegando que estas son la «obra del diablo» o por «no aparecer en la Biblia»? Pues eso es lo que pasaba el cristianismo en el siglo XVI y que incluso se postergó varios siglos después en el pensamiento popular.

Vale que su aspecto fuera poco agradable a la vista para los conquistadores y aquellos primeros europeos en verla, debido a esto (el aspecto ha evolucionado desde entonces) y a sus escrúpulos a todo aquello que saliera de la tierra (lo cual asociaban al diablo) hicieran que sólo le vieran utilidad como poco más que un objeto decorativo ¿Pero un «invento del diablo»? De nuevo el miedo conservador y tradicionalista hizo que el cristianismo demonizara otra cosa útil y necesaria: en este caso por la aportación de nutrientes a la dieta, tan necesarios sobre todo cuando se vivía prácticamente aislado.

Tal vez su aspecto, que recordaba a su familia evolutiva (de la orden de la solanales) más letal (la belladona) influyera en su rechazo y demonización. El religioso es miedoso por naturaleza y esto le habría influido en su oposición al ya conocido tubérculo americano. Conocido ahora y conocido por los indígenas mucho antes, pues estos ya llevaban plantándolas y seleccionando sus semillas desde hacía miles de años atrás (entre 6000 y 10000 años) al norte del lago Titicaca, en los Andes del sur de Perú (Origins and evolution of cultivated potato. A review), la patata sólo fue usada en casos extremos por occidentales cuando el hambre y la necesidad premiaban.

Tampoco es que la religión inca fuera más coherente, pese a conocerla durante milenios: estos la habían divinizado, le rendían culto e incluso sacrificaban a personas en su nombre. En su mitología Papamama (‘la conopa -espíritu- de la papa’) era una deidad femenina con el aspecto de este tubérculo.

«En la cosmología andina, las diosas ocupaban el Cay Pacha, «mundo de aquí», es decir, la tierra. Aseguraban la fertilidad de la misma. Pachamama, Papamama, Saramama y Cocamama son algunas de las diosas relacionadas con la tierra. Las deidades masculinas ocupaban el «mundo de arriba», el Hanan Pacha, representando el cielo, el rayo, etcétera. El cosmos estaba dividido en dos esferas: la masculina y la femenina.»

Fuente: Alberti 1987a, citando en «Género, ritual y desarrollo sostenido en comunidades rurales de Tlaxcala» por Pilar Alberti Manzanares.

El primer registro de contacto europeo con la patata lo obtenemos del cronista general de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en 1535 cuando este escribe en su «Historia Natural y General de las Indias», basado en informaciones del maestre Johan (Juán) Cabezas:

«Una fructa hay en aquella tierra, por donde anduvo el mariscal don Diego de Almagro, de la otra parte del Cuzco,que la produce de sí la misma tierra; e son como ages redondos (es decir, como batatas/boniatos redondas) e tan gruesos como el puño, llamánlos pipas (es decir, papas, por error de los impresores ), e quieren parescer turmas de tierra…» 

Al no conocerlas y por su aspecto, este las confundía con «turmas de tierra»: las turmas o criadillas de tierra era como llamaban a las trufas. A los conquistadores el aspecto desagradable les recordó a estas, a las que tampoco tenían mucho aprecio.

Gonzalo Jiménez de Quesada (fundador de Bogotá) y sus hombres fueron los primeros en probar este alimento en 1537: en la expedición por el río Magdalena que este dirigió en busca del mítico El Dorado en 1537, uno de sus exploradores, el militar y sacerdote Juan de Castellanos, dijo de ella que este era el verdadero tesoro de los incas. Y es norma: la mayoría de su expedición había muerto por escorbuto y esta planta, preparada en forma de puré por un chamán, les había salvado la vida gracias a sus vitaminas.

En aquella época era común confundir la patata con la batata, mencionada por vez primera por el cronista italiano  Pedro Mártir de Anglería (1455-1526) que puede verse en el Opus Epistolarum (una recopilación de sus cartas). Los ingleses cometieron un error al atribuirse la importación de la patata debido a esta confusión.

En 1552 Francisco López de Gómara habla de ellas en su Historia general de las Indias: una obra que recopilaba todo lo que le habían contado sobre la conquista del Nuevo Mundo:

Viven en el Collao los hombres cien años y más; carecen de maíz y comen unas raíces que parecen turmas de tierra y que llaman ellos papas.

Pedro Cieza de Leon, en sus crónicas, también la menciona y de hecho la trae a España por vez primera en 1553: 

En estas provincias hay de las mismas comidas y frutas que
tienen los demás que quedan atrás, salvo que no hay de las palmas de los
pexibaes, mas cogen gran cantidad de papas que son como turmas de tierra.

Teniendo en cuenta que para Cieza de León los indígenas fueran adoradores del diablo, no se hace extraño que este pensara (como tantos de su época) que dicho alimento fuera también diabólico. De los indígenas este dice:

«Son algunos grandes agoreros y hechiceros, pero no usan el pecado nefando, ni otras idolatrías, más de que cierto solían estimar y reverenciar al diablo, con quien hablaban los que para ella estaban elegidos.

Eran los naturales de estos pueblos en extremo agoreros, y usaban de grandes religiones, tanto que en la mayor parte del Perú no hubo gentes que tanto como éstos sacrificasen, según es público y notorio. Sus sacerdotes tenían cuidado de los templos, y del servicio de los simulacros que representaban la figura de sus falsos dioses delante de los cuales a sus tiempos y horas decían algunos cantares y hacían las ceremonias que aprendieron de sus mayores al uso que sus antiguos tenían.

Y el demonio con espantable figura se dejaba ver de los que estaban establecidos para aquel maldito oficio, los cuales eran muy reverenciados por todos los linajes de estos indios. Entre ellos uno daba las respuestas, y les hacía entender lo que no pasaba, y aun muchas veces por no perder el crédito, y carecer de su honor, hacía apariencias con grandes meneos, para que creyesen, que el demonio le comunicaba las cosas arduas, y lo que había de suceder en lo futuro, en que pocas veces acertaba, aunque hablase por boca del mismo diablo. Y ninguna batalla ni acaecimiento ha pasado entre nosotros mismos en nuestras guerras locas que los indios de todo este reino no lo hayan primero anunciado, mas cómo y adónde se ha de dar, antes ni ahora nunca de veras aciertan, ni acertaban, pues está claro, y así se ha de creer, que solo Dios sabe los acaecimientos por venir, y no otra criatura. Y si el demonio acierta en algo, es acaso y porque siempre responde equívocamente, que es decir palabras con muchos entendimientos. Y por el don de su sutilidad, y por la mucha edad y experiencia que tiene en las cosas habla con los simples que le oyen. Y así muchos de los gentiles conocieron el engaño de estas respuestas. Muchos de estos indios tienen por cierto el demonio ser falso y malo, y le obedecían más por temor que por amor, como trataré más largo en lo de adelante. De manera que estos indios unas veces engañados por el demonio, y otras por el mismo sacerdote, fingiendo lo que no será, los traía sometidos en su servicio, todo por la permisión del poderoso Dios.»

Para de Cieza, al igual que para todo europeo de aquella época, toda religión contraria o rival del cristianismo era «falsa» y/o «proveía del diablo» ¿Les suena haber oído esta opinión hoy día? Por ello, según dicho pensamiento inherentemente intolerante (que ahora vemos como fanatismo), se veía en los conquistadores, de la mano de la Iglesia, la necesidad de evangelizar (a parte de por el ansia de conquista y por creerse poseedores de un «derecho divino»). Por ello, por este tipo de pensamiento mágico, no es de extrañar que para estos la patata (papa) fuera algo sacado de la «brujería» o de su «diablo».

Hacia 1570 este producto sólo les servía como alimento para sus animales, como abono para otras plantas o poco más que un adorno, un objeto nuevo y curioso que exhibir. Sólo los más pobres la habían probado como último remedio a las frecuentes hambrunas de aquella época. De hecho sólo la necesidad hacía que se produjeran excepciones. El lugar donde esta se usó por vez primera como alimento fue el mismo lugar por donde accedió por vez primera este fruto al viejo continente: la ciudad de Sevilla. Esta se proporcionaba como sustento en los hospitales. En el entonces denominado como Hospital de las Cinco Llagas (hoy sede del Parlamento de Andalucía) se dio a los enfermos y a las tropas que allí repostaban. El ecónomo las había comprado no por gusto sino por su bajísimo valor, producto de ser tan despreciadas. Desprecio que le valió el poco éxito que estas tuvieron, pues la patata era considerada por estos como:

“insulsa, flatulenta, indigesta, debilitante y malsana, sólo adecuada al engorde cerdos”.

Por aquella época, en 1571, poco se conocía de ellas. Lo más que había eran vagas citas sobre este alimento por parte de los conquistadores españoles que apenas tenían difusión. Pedro Pizarro (primo de Francisco Pizarro y cronista del virrey Francisco de Toledo) dice de estas:

«las indias casadas que andaban en la guerra, llevaban a cuestas la comida de sus maridos, las ollas y aún algunas la chicha, que era cierto brebaje que hacen de maíz como vino. De este maíz hacían pan y chicha y vinagre y miel, y sirve de cebada para los caballos. La comida de los indios pobres era este maíz ya dicho, y yerbas, papas y otras legumbres que cogían y algún pescadillo pequeño de los ríos de la sierra».

Otra de las pocas excepciones por lo visto fue la monja Teresa de Jesús (Ávila, España), que en una carta a la priora del convento del Carmen de Sevilla con fecha del 19 de diciembre de 1577 escribe:

“Jesús sea con vuestra reverencia siempre, mi hija. La suya recibí, y con ella las patatas y el pipote y siete limones. Todo vino muy bueno, mas cuesta tanto traer, que no hay para que me envíe vuestra reverencia mas cosa ninguna que es conciencia.”

En 1590 José de Acosta publica «Historia natural y moral de las Indias» (De natvra nobi orbis libri dvo, et de promvlgatione evangelii apud barbaros sive de procvranda indorvm salvte, libri sex), donde este cuenta:

Pasada la ciudad del Cuzco (que era antiguamente la corte de los señores de aquellos reinos), las dos cordilleras que he dicho se apartan más una de otra y dejan en medio una campaña grande o llanadas, que llaman la provincia del Collao. En éstas hay cuantidad de ríos y la gran laguna Titicaca, y tierras grandes y pastos copiosos; pero, aunque es tierra llana, tiene la misma altura y destemplanza de sierra. Tampoco cría arboleda, ni leña, pero suplen la falta de pan con unas raíces que siembran, que llaman papas, las cuales debajo de la tierra se dan, y éstas son comida de los indios, y secándolas y curándolas hacen de ellas lo que llaman chuño, que es el pan y sustento de aquella tierra.

Pese a que en 1601 Juan de Castellanos las describiera en sus «Elegías de varones ilustres de Indias», obra que no fué publicada hasta 1886, de esta forma:

«… trufas redondillas raíces que se siembran producen un tallo con sus ramas,y hojas y unas flores, aunque raras, de color purpúreo amortiguado y a las raíces desta dicha hierba, que será de tres palmos de altura, están asidas ellas so la tierra, del tamaño de un huevo más o menos, unas redondas y otras perlongadas: son blancas, moradas y amarillas, harynosas raíces de buen gusto, regalo de los indios y aún de los españoles golosina».

En 1604 el entonces cardenal D. Jerónimo del Hoyo, en las memorias del Arzobispado de Santiago, este contaba cómo años atrás, en 1576, en el monasterio de Herbón (hoy día más conocido como Padrón) «hizo plantar papas al señor Arzobispo don Francisco Blanco» siendo despreciadas por «bastas» y no volviéndose a plantar en Galicia hasta mediados del siglo XVIII.

El cambio de mentalidad

Hacia 1620 el fruto entró en las colonias inglesas en el Nuevo Mundo cuando el gobernador británico de las Bahamas envió una caja de regalo de Solanum tuberosum al gobernador de la colonia de Virginia. Aparte de su limitada extensión por las colonias, las papas no fueron ampliamente aceptadas debido a los prejuicios que había hacia estas. Hasta finales del siglo XVI y comienzos del XVII este tubérculo seguía apenas usándose como alimento.  De ella ya hablaba el naturalista Johann Sigismund Elsholtz  Flora marchica (1663)  como «Holländische Tartuffeln» (trufa holandesa) describiéndola en 1715 como «Solanum tuberosum esculentum» (Johann Sigmund Elsholtzens Doct. & Sereniss. Elector, Brandenb. Medici Ordinari Neu angelegter Garten-Bau) y en 1769 el naturalista Johann Beckmann dijera de ella en Grundsätze der teutschen Landwirthschaft (Principios de la agricultura alemana) que esta planta con «flores violetas y tubérculos oblongos blancos» era de  «buen gusto, asequible» y que pese a que «se usa aquí solo por unos años ya es tomada a menudo» (IV. Von Gartenkrautern. §.177. 2 87). Y es que tuvo que ser, como siempre, la ciencia la encargada de abrir el camino para que este fruto dejara de ser mal visto socialmente.

Las clases altas, aún siendo más cultas debido a que estas tenían acceso a una educación, fueron al principio menos propensas a su cultivo y uso. Después de todo, estos no pasaban por la escasez alimenticia del pueblo llano. El problema venía por parte de las clases bajas. Por culpa del clasismo estamentario, provocado por esas clases altas, en connivencia con el clero, estas eran mayoritariamente supersticiosas e ignorantes. Todo pasaba por el clero y en esa época, aún en pañales en cuanto a ciencia se refiere, el estudio y análisis de todo alimento que llegaba de América debía pasar por los «Huertos botánicos» que este poseía. Fue el mundo académico quien dio el primer paso en promocionar su uso.

Por una parte, en 1662, la Royal Society recomendó el cultivo del tubérculo al gobierno y la nación inglesa pero esta calló en saco roto. Gracias a las hambrunas provocadas por las Guerras Revolucionarias el gobierno inglés comenzó a alentar oficialmente su cultivo.

En 1795, la Junta de Agricultura de Inglaterra publicó un panfleto titulado «Consejos sobre la cultura y el uso de las papas» a cual le siguió la publicación de recetas en The Times y otras publicaciones similares a favor de esta.

Por otra parte, la experiencia de un agrónomo, naturalista, nutricionista e higienista francés llamado Antoine-Augustin Parmentier mientras permanecía cautivo en Prusia durante la Guerra de los Siete años (17561763) hizo que este, al probarla y analizarla, fuera por una Francia hambrienta difundiendo sus propiedades e incluso, debido a sus contactos con la monarquía, convenciendo a un odiado Luix XVI a que este hiciera promoción de ella (Luis XVI comenzó a lucir una flor de patata en su ojal y María Antonieta una flor de patata morada en su cabello). Consiguiendo también que se eliminaran las restrictivas leyes que prohibían su uso como alimento. Su ingenio, para convencer a una población temerosa y reticente a probar dicho alimento, consiguió que este fuera finalmente aceptado por las clases populares. El pensamiento común durante las décadas en que estuvo prohibido su cultivo y consumo (entre 1748 y 1772) era un rumor, producido por un miedo irracional para intentar autojustificar las supersticiones en torno a ella: que este tubérculo producía la lepra.

En 1771 la Faculté de París publicó además un documento en el que se testificaba que la patata no era dañina sino beneficiosa. Al final, la táctica empleada por Parmentier para convencer a un populacho supersticioso y temeroso fue la psicología inversa que ya había aprendido del gobierno prusiano.

Federico el Grande de Prusia, quien ya había observado que la patata podría paliar el hambre en su nación, emitió una orden de 1774 para que sus súbditos cultivaran patatas como protección contra el hambre. Ante esto la ciudad de Kolberg respondió:

«Esas cosas no tienen olor ni sabor, ni siquiera los perros se las comerán, así que ¿para qué nos sirven?»

Intentando un enfoque menos directo para alentar a sus súbditos a comenzar a plantar patatas, Federico usó la psicología inversa que más tarde emplearía Parmentier en Francia: plantó un campo con plantas de patata y puso en él una guardia armada para proteger este campo de los ladrones, dejando cierto margen de maniobra a quien quisiera robar dicho campo. Los campesinos cercanos, naturalmente, asumieron que si eso estaba tan protegido valdría la pena robarlo.

Fue tras la popularización de la patata como alimento en Francia lo que produjo que en el País Vasco, por ejemplo, se empezara a usar como alimento y no como algo puramente ornamentario. Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) «Al ver que los soldados franceses las consumían sin ningún tipo de reparos… se comenzaron a sembrar en grandes extensiones y a comerlas, incluso haciendo pan con ellas» ( ‘Las patatas en el País Vasco. Primeros pasos en su cultivo e implantación culinaria’ – David Palanca Cañón)

Reticencias y control eclesiásticas

¿Conocen el dicho del «perro del hortelano»? A pesar de que este alimento había llegado por el sur de España y se había exportado al resto de países europeos, fue por el norte, gracias al auge de su uso, lo que la introdujo dentro de la gastronomía española.

En Rusia, durante ese mismo siglo,  la Iglesia Ortodoxa se resistía a los planes de Catalina la Grande para convencer a su pueblo de su consumo: 

«¡Son buenas para ti! ¡Son fáciles de plantar! ¡No son plantas de Satanás!»

Esta ordenó a sus súbditos que comenzaran a cultivar el tubérculo pero muchos ignoraron esta orden debido a los prejuicios generados por la Iglesia Ortodoxa ¿Cual era, pues, la respuesta religiosa y el argumento principal que esgrimía la Iglesia?

«No está en la Biblia, por lo tanto , es peligrosa.»

Otra oposición hacia su consumo por parte de los religiosos, como lo fue en el caso de la Iglesia Católica, era que este alimento, al nacer bajo el suelo (lugar designado al diablo y todo alimento nacido en él), estaba libre de impuestos eclesiásticos. Hasta que este se «suspendiera» en 1837 el pago de los diezmos (además estaba la oblea) todo agricultor debía pagar a los religiosos con, supuestamente, una décima parte de sus bienes. La obligación de pagar este tributo a la iglesia se impuso con la Ley de Partidas (1.20, 2) de Alfonso X el Sabio (1221-1284).

En un documento eclesiástico de San Martín de Mondoñedo fechado en 1771 a raíz de intentar cobrar diezmos sobre las plantaciones de patatas como posible alimento humano, el recaudador de turno responde al arzobispo:

“… no tienen estimación, ni personas de conveniencia las gastaron para su alimento sino para la ceba de puercos”

Tras esto, el propio archivo de la Catedral de Mondoñedo se recogen diversos pleitos sobre las patatas en diversas parroquias de la diócesis en 1779, 1788, 1799, 1800 y 1802. La población, por costumbre, era reticente a pagar impuestos y la iglesia, también por costumbre, insistía en cobrarlos.

La influencia irlandesa, donde la patata ya era un alimento popular, en Galicia estaba teniendo más arraigo que las reticencias ocasionadas por el clero a pesar de que este ya estaba sacando tajada de todo alimento, incluido este, que llegaba de las américas. En Zamora, por ejemplo, se introdujeron una serie de «nuevos» diezmos sobre las nuevas plantas, entre las cuales, por supuesto, se encontraban las patatas bajo el argumento de que estos servían para la sustentación de los ministros del santuario (Los diezmos en Zamora: 1500-1840. José Antonio Álvarez Vázquez).

La misma jeta que tenían los cristianos católicos la tuvieron los mormones. Con la historia contada por su fundador, Jospeh Smith Jr sobre lo orgullosa que estuvo su madre por pagar diezmos por unas patatas, vendieron y venden, por ejemplo, lo bueno que es el uso de diezmos:

“Recuerdo vivamente una circunstancia que sucedió en mi niñez. Mi madre era viuda y tenía que mantener a una familia numerosa. Una primavera, al abrir nuestro depósito de papas [patatas], mandó a sus hijos a hacer una carga con las mejores papas y las llevó a la oficina de diezmos. Habían escaseado las papas esa temporada. Yo era todavía pequeño en esa época y me tocó guiar el tiro de caballos. Cuando llegamos a la entrada de la oficina de diezmos, en el momento de descargar las papas, uno de los secretarios dijo a mi madre: ‘Hermana Smith, es una vergüenza que usted tenga que pagar diezmos’… y reprendió a mi madre por pagar sus diezmos, llamándola de todas formas menos sabia y prudente; y dijo que había otros que eran fuertes y aptos para trabajar, los cuales recibían su sostén de la oficina de diezmos. Mi madre se volvió a él y dijo: ‘…¿No te da vergüenza? ¿quieres negarme una bendición? Si no pagara mis diezmos, yo esperaría que el Señor me retuviera sus bendiciones. Pago mis diezmos, no sólo porque es la ley de Dios, sino porque espero una bendición de ello. Guardando ésta y otras leyes espero prosperar y poder sostener a mi familia’… Prosperó porque obedeció las leyes de Dios; tuvo lo suficiente para sostener a su familia. Nunca estuvimos tan necesitados como muchos otros… Esa viuda tenía derecho a los privilegios de la Casa de Dios. No se le podía negar ninguna ordenanza, porque fue obediente a las leyes de Dios”

Fuente: Doctrina del Evangelio, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, 1978, págs. 222-223.

En el resto de Europa (salvando algunas excepciones en Italia) no fue hasta 1850, cuando el zar Nicolás I comenzó a hacer cumplir la orden de Catalina, que estas empezaron a usarse mayoritariamente por las clases bajas.

No piensen que el argumento usado por la Iglesia Ortodoxa era una excepción: en Escocia los religiosos emplearon el mismo argumento. De hecho en 1728 la planta de la patata fue prohibida por estos por no aparecer en la Biblia (Medicinal and Food PlantsFolklore and Odysseys of Food and Medicinal Plants  –  Ernst Lehner, Johanna Lehner).

En 1869, el crítico de arte y teórico social John Ruskin las llamó «vástago subterráneo apenas inocente de una de las tribus reservadas para el mal«. Mismo pensamiento cristiano que, como recordarán (y pueden observar más arriba), llevaban los conquistadores siglos atrás. El retraso al que nos conduce siempre la religión implantando miedos es vergonzoso. Y es que el ser humano ha sido educado para asumir argumentos de autoridad y la iglesia la tenía entonces.

En EE.UU, estas no fueron aceptadas por las clases populares hasta que recibieron un sello aristocrático de aprobación de Thomas Jefferson (el mismo presidente estadounidense que, en un intento por racionalizar la Biblia, produjo una versión eliminando todas los aspectos fantásticos de esta) cuando este les servía patata a sus invitados a la Casa Blanca.

Si por la religión hubiera sido, por su intolerancia y su reticencia innata hacia lo nuevo y el progreso, este alimento habría caído en el olvido. Fueron las necesidades y la razón quienes, por fortuna para aquellos a quienes nos gusta una buena tortilla española, el pescado con patatas irlandés o un puré de patatas francés, convencieron a un mundo «civilizado» todavía ignorante para que este consumiera este alimento.

Pueden conocer más detalles en:

CYTA – Journal of Food. ANTROPOLOGÍA DE LA PATATA (I) José Francisco Rey Barahona

Hortalizas y verduras en la alimentación mediterránea.  José Mataix Verdú y Francisco Javier 

Origen y evolución de la papa cultivada. Una revisión  Luis Ernesto Rodríguez Departamento de Agronomía, Facultad de Agronomía, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá (Colombia)

111 historias de la patata – Dr. Manuel Durruti Cubría

La guerra de las patatas: de la papa indígena a la solanum tuberosum ilustrada, pasando por la patata. – Emmánuel Lizcano

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ateito
ateito
5 años atrás

Lo más increíble es que muchas de esas fechas son del siglo XIX. Lo mucho que hemos cambiado en poco tiempo.

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