"El mismísimo concepto de pecado viene de la Biblia. ¡El cristianismo ofrece solucionar un problema que él mismo creó! ¿Estarías agradecido a una persona que te cortara con un cuchillo para poder venderte una venda?"

Dan Barker

Imagina que no hay cielo (carta al bebe 6000 millones)- Salman Rusdhie

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Salman Rusdhie, el escritor conocido por su polémico libro, Los versos Satánicos, escribe una carta al bebe 6000 millones (número ya obsoleto pues en poco tiempo-tan solo 12 años- ya hemos llegado a los 7000 millones). Esta carta fue publicada en el diario The Guardian con el título “Imagine no heaven” (frase que puede encontrarse en la canción de John Lenon a la que el propio Rusdhie hace mención al final de ella -véase en el enlace al periódico) el 15 de Octubre de 1999 y que es tan solo un extracto de la iniciativa holandesa de nombre Letters to the Six Billionth World Citizen (Uitgeverij Podium, Amsterdam) debido a que en ese año nació, obviamente, ese bebé número 6000 millones.

Querida personita seis mil millones: Como miembro más reciente de una especie que destaca por su curiosidad, es probable que no pase mucho tiempo antes de que empieces a formular las dos preguntas de los sesenta y cuatro mil dólares con las que los demás 5.999.999.999 de nosotros llevamos algún tiempo peleándonos:

-«¿Cómo llegamos aquí?»

-«Y, ahora que estamos aquí, ¿cómo viviremos?»

Por extraño que parezca, por si seis mil millones no fuéramos bastantes, con casi toda seguridad te sugerirán que la respuesta a la pregunta de nuestro origen exige que creas en la existencia de un ser distinto, invisible, inefable, que se encuentra «en algún lugar, allá arriba»; un creador omnipotente a quien nosotros, pobres seres limitados, somos incapaces de percibir, y mucho menos comprender. Es decir, te animarán encarecidamente a imaginar un cielo, habitado por un dios, como mínimo. 

Este dios del cielo, según se dice, creó el universo revolviendo su materia en una olla gigante. O bien bailó. O bien vomitó la creación de su propio interior. O bien se limitó a decir que se hiciera y, hete aquí, que se hizo.

En algunas de las historias más interesantes de la creación, ese único poderoso Dios del cielo se subdivide en muchas fuerzas menos importantes, divinidades menores, avatares, antepasados metamórficos gigantescos cuyas aventuras crean el paisaje, o los panteones crueles, entrometidos, licenciosos y caprichosos de los grandes politeísmos, cuyos actos alocados te convencerán de que el motor real de la creación fue el deseo: de poder infinito, de cuerpos humanos demasiado quebradizos, de aureolas de gloria.

Pero es de justicia añadir que también hay historias que transmiten el mensaje de que el principal impulso creador fue, y es, el amor.

Muchas de estas historias te parecerán muy bellas y, por lo tanto, seductoras. Por desgracia, sin embargo, no tendrás que reaccionar de modo puramente literario a ellas. Sólo las historias de las religiones muertas pueden valorarse por su belleza. Las religiones vivas son mucho más exigentes. Así que te dirán que la creencia en tus historias, y la observancia de los rituales de culto que han surgido a su alrededor, deben convertirse en una parte fundamental de tu vida en este concurrido mundo.

Las llamarán el corazón de tu cultura, incluso de tu identidad individual. Es posible que en algún momento te parezcan ineludibles, no en la forma en que la verdad lo es, sino más bien como una cárcel de la que uno no puede evadirse. Puede que en algún momento dejen de parecerte textos que los seres humanos han empleado para resolver un gran misterio, y en cambio te parezcan pretextos para que otros seres humanos, ungidos como es debido, te den órdenes. Y es cierto que la historia humana abunda en la opresión pública que ejercen los aurigas de los dioses. Según la gente religiosa, sin embargo, el consuelo particular que la religión proporciona compensa con creces el mal que se inflige en su nombre.

A medida que los conocimientos humanos han ido aumentando, también se ha vuelto evidente que todas las historias religiosas sobre cómo hemos llegado aquí son, sencillamente, falsas. Eso es, finalmente, lo que todas las religiones tienen en común. No lo entendieron bien. No hubo ni revolvimiento celestial, ni danza del Creador, ni vómito de galaxias, ni antepasados serpiente o canguro, ni Valhalla, ni Olimpo, ni seis días de magia seguidos de uno de descanso. Falso, falso, falso.

Sin embargo, hay un punto que resulta de lo más extraño. La falsedad de los relatos sagrados no ha disminuido en lo más mínimo el fervor de los devotos.

Más bien, la sandez total y desfasada de la religión lleva a sus adeptos a insistir con mayor estridencia aun en la importancia de la fe ciega.

Por cierto, como consecuencia de esta fe, en muchas partes del mundo ha resultado imposible impedir que la cantidad de miembros de la raza humana aumente de modo alarmante. La culpa de esta superpoblación, por lo menos en algunas zonas del planeta, la tienen los malos consejos de los guías espirituales. En tu propia vida, es muy posible que asistas a la llegada del ciudadano nueve mil millones del mundo. Si eres indio (y tienes una entre seis probabilidades de serlo) estarás vivo cuando, gracias al fracaso de los planes de planificación familiar, en esa tierra pobre y temerosa de Dios, la población supere a la de China.

(Si bien muchas personas nacen como consecuencia, en parte, de las restricciones religiosas al control de la natalidad, también muchos seres humanos mueren a causa de la cultura religiosa que, al negarse a enfrentarse a los hechos de la sexualidad humana, también impide que se combata la propagación de las enfermedades de transmisión sexual).

Hay quienes te dirán que los grandes conflictos del nuevo siglo serán otra vez enfrentamientos religiosos, yihad y cruzadas, como lo fueron en la Edad Media. Yo no lo creo, al menos en la forma en que ellos se refieren. Mira el mundo musulmán, o mejor dicho, el mundo islamista, por usar la palabra acuñada para describir el actual brazo político del islam. Las divisiones entre sus grandes poderes (Afganistán contra Irán, contra Irak contra Arabia Saudí, contra Siria contra Egipto) es lo que impacta con más fuerza. Apenas hay nada que se parezca a un objetivo común. Incluso después de que la no islámica OTAN combatiera una guerra a favor de los albano-kosovares musulmanes, el mundo musulmán se demoró en aportar la tan necesitada ayuda humanitaria.

Las verdaderas guerras religiosas son las luchas que las religiones libran contra los ciudadanos corrientes de su ámbito de influencia. Son guerras de los piadosos contra los muy indefensos; fundamentalistas americanos contra médicos a favor de la legalización del aborto, ulemas iraníes contra la minoría judía de su país, fundamentalistas hindúes de Bombay contra los cada vez más atemorizados musulmanes de esa ciudad.

Y las auténticas guerras reli­giosas son asimismo las guerras que las religiones desatan contra los no creyentes, cuya intolerable incredulidad se recalifica como de­lito, como razón suficiente para su erradicación.

Pero con el paso del tiempo me he visto obligado a reconocer una cruda realidad: que la masa de los llamados musulmanes corrientes parece haberse dejado embaucar por las fantasías paranoicas de los extremistas y parece dedicar una mayor parte de su energía a la movilización contra caricaturistas, novelistas o el Papa, que a conde­nar, privar de derechos civiles y expulsar a los asesinos fascistas que habitan entre ellos. Si esta mayoría silenciosa permite que se libre una guerra en su nombre, se convertirá finalmente en cómplice de esa guerra.

Por tanto, quizá sí se ha inicia­do, al fin y al cabo, una guerra re­ligiosa, porque está permitiéndose a los peores de nosotros dictar las prioridades de los demás, y por­que los fanáticos, que no se andan con chiquitas, no encuentran opo­sición suficiente entre «su propio pueblo».

Y si eso es así, los vencedores de este enfrentamiento no deben ser los de miras estrechas que van al combate, como siempre, con Dios de su parte. Elegir la falta de fe es optar por el pensamiento por encima del dogma, confiar en nuestra humanidad en lugar de en todas esas divinidades peligrosas. Así pues, ¿cómo llegamos hasta este punto? No busques la respuesta en las narraciones “sagradas”.

Los imperfectos conocimientos humanos pueden ser como una carretera llena de baches, pero son la única vía hacia la sabiduría digno de seguirse.

Virgilio, que creía que el apicultor Aristeo podía generar espontáneamente nuevas abejas a partir del cadáver putrefacto de una vaca, estaba más cerca de la verdad sobre el origen que todos los libros antiguos venerados de la antigüedad.

Las sabidurías an­cestrales son tonterías modernas. Vive en tu tiempo, utiliza lo que sabemos, y cuando crezcas, quizá la especie humana haya crecido por fin contigo.

Como dice la canción: «Es fácil si lo intentas».

En cuanto a la moralidad, la se­gunda gran pregunta –¿cómo vi­vir?, ¿cuál es la actuación correcta y cuál la incorrecta?– se reduce a tu predisposición a pensar por ti mismo. Sólo tú puedes decidir si quieres que la ley te sea entrega­da por sacerdotes y aceptar que el bien y el mal son cosas de algún modo externas a nosotros. A mi juicio, la religión, incluso en su forma más elaborada, en esencia infantiliza nuestra identidad ética estableciendo árbitros infalibles de la moral y tentadores irredimiblemente inmorales por encima de nosotros: los padres eternos, el bien y el mal, la luz y las tinieblas, el reino sobrenatural.

¿Cómo, pues, vamos a tomar decisiones éticas sin un regla­mento divino o un juez? ¿Es aca­so la incredulidad el primer paso en la larga caída hacia la muerte cerebral del relativismo cultural, conforme al que muchas cosas insoportables –la circuncisión femenina, por citar sólo un ca­so– pueden disculparse por mo­tivos culturalmente específicos, y la universalidad de los derechos humanos puede también pasarse por alto? (Esta última muestra de negación moral encuentra parti­darios en algunos de los regíme­nes más autoritarios del mundo, y también, inquietantemente, en las páginas de opinión del Daily Telegraph.)

Bien, pues no lo es, pero las ra­zones para dar esta respuesta no están claramente definidas. Sólo una ideología de línea dura está claramente definida. La libertad, que es la palabra que empleo para la posición ética secular, es ine­vitablemente más confusa. Sí, la libertad es ese espacio donde pue­de reinar la contradicción; es un debate interminable. No es en sí misma la respuesta a la pregunta de la moralidad, sino la conversa­ción sobre esa pregunta.

Y es mucho más que simple relativismo, porque no es simple­mente una tertulia interminable, sino un lugar donde se toman de­cisiones, se definen y defienden valores. La libertad intelectual, en la historia europea, ha represen­tado sobre todo libertad respecto a las restricciones de la Iglesia, no del Estado. Esta es la batalla que libró Voltaire, y es también lo que nosotros, los seis mil millones, podríamos hacer por nosotros mismos, la revolución en la que cada uno de nosotros podría des­empeñar nuestro pequeño papel, una seis mil millonésima parte del total. De una vez por todas, po­dríamos negarnos a permitir que los sacerdotes, y las ficciones en cuyo nombre afirman hablar, sean la policía de nuestras libertades y nuestro comportamiento. De una vez por todas, podríamos devolver las historias a los libros, devolver los libros a las estanterías y ver el mundo sin dogmas y en toda su sencillez. Imagina que el cielo no existe, mi querido seis mil millo­nésimo, y de inmediato no habrá más límite que el cielo. «

Fuente:

The Guardian

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raymundo conde s.
raymundo conde s.
8 años atrás

estoy totalmente de acuerdo que  con sus pensamientos ( los religiosos ultras que se enojan al conocer a un ateo como yo y que no son capaces de analizar ante personas diferentes cualquier caso de genesis universal y que cuestonan la existencia de la vida en el universo)    ,aun sin demostrar sus afirmaciones y confundir pasajes biblicos o de cualquier otro documento aun creen en algo mistico magico, que es parte de ellosy su enanez de pensamiento cientifico , les cierra el pensamiento , y ademas conozco esclavos por motu propio a organizaciones religiosas jesuitas ,no son sacerdotes . sin embargo les hacen votos de pobreza,castidad , honestidad, no pueden poseer bienes materiales, los deben entregar a los sacerdotes deben trabajar para ellos y le retribuiran alimentos, estancia, y algo de dinero para sus camiones , les esta prohibido tomar alcohol en cualquiera de sus formas (vino), cualquier labor debe estar signada por cualquier sacerdote pero no de otras ordenes con jefes diferentes su premio final es la salvacion ? pero en vida deben ser obedientes con sus amos so  pena de sufrir infierno.  Es obvio que tenemos gente totalmente ignorante que con el cuento de salvarlos los tiene atados por sus pensamientos .
    

DANIEL LAPAZANO
DANIEL LAPAZANO
7 años atrás

Si no hay un cielo, con el mundo que tenemos no hay mucho para elegir… Creo que es una PICARDIA (por usar un eufemismo) quitarle a un recién nacido la posibilidad de IMAGIANAR algo mejor…

Jose G.
Jose G.
4 años atrás
Respuesta a  ateoyagnostico

La mayor parte de las personas en el mundo jamás podremos acceder a esas zonas «paradisíacas» no importa cuanto los intentemos, y eso usted lo sabe bien. Por supuesto que la mayoría de nosotros no tenemos mucho para elegir. Es muy fácil hablar cuando uno vive en la zona bien arreglada y con libertades.

Jose G.
Jose G.
4 años atrás

«Lo que es más fácil es ignorar la realidad y refugiarse en mitos, esperando obtener un supuesto «paraíso» postmortem en vez de arreglar el que ya tenemos aquí y que las religiones han convertido en un puñetero infierno. Vaya a cualquier país en el que predominen dichas creencias religiosas hasta el punto de inmiscuirse en la legislación estatal, a ver qué tal les va. Como para encima venir a defender a quienes lo promueven.

A otro lado con ese argumento de alegato especial. Aquí no cuela.»

Déjeme decirle algo, señor «no cuela».

En primer lugar, yo NO soy un creyente. No creo que haya un Dios justo, omnipotente y benefactor de la humanidad. He visto demasiada miseria humana para eso. Y la he visto de personas creyentes y no creyentes por igual.

En su condenación eterna y cansina de la religión como única causante de los males de la humanidad usted prueba ser tan cerrado de miras e intolerante como los mismos religiosos. No niego que se han y siguen cometido millones de injusticias por la religión. ¿Sabe qué? Al igual que por el simple dinero. Abolamos el dinero también entonces, seguro nos va mejor, según su lógica.

La mayor parte de la población del mundo va a estar siempre jodida por los más poderosos y por fuerzas socioeconómicas más allá de su control y poder sin importar lo que haga. ¿De veras cree que las injusticias sociales, las tiranías, los opresores, todos van a desaparecer mágicamente cuando la humanidad haya abrazado el ateísmo? No me haga reír, el hombre siempre será el lobo del hombre.

¿Y de verdad se cree que la gente va a poder arreglar al mundo solo por abandonar la creencia en un poder superior? Me parto la caja, debe ser que ningún ateo o descreído jamás le ha hecho mal a otra persona, tampoco.

Mientras tanto, dígale a los millones de oprimidos que jamás serán capaces de lograr una vida mejor sin importar que tanto intenten cambiar al sistema, bajo el yugo de enormes sistemas sociopolíticos mucho más fuertes que cualquier individuo, haya religiones o no, que sus vidas y luchas han sido y siempre serán en vano. Que sus familiares que han muerto sin alcanzar la prosperidad jamás nunca van a recibir ninguna medida de justicia y que jamás van a volver a verlos. Si a usted le importa alguien más en realidad, al menos trate de simpatizar con esas personas que quisieran aferrarse a esas esperanzas antes de andar con sus poses de Mr. Spock.

No, yo sé tan bien como usted que Dios no existe. Esa convicción nunca me dejará. ¿Y sabe qué? Ha hecho mi vida miserable porque me ha mostrado lo atroz y absurdo que es el mundo para todos los que no están bien acomodados, como usted, imagino. Sería más feliz si pudiera creer en un Dios. No soy capaz, no, pero no critico a aquellos que se refugien en eso para poder soportar esta vida miserable. Francamente, tengo en más desdén a los arribistas que se creen más por el hecho de estar más iluminados. Esa es solo otra forma de la supremacía que ultimadamente es la causa primera y única de los males de la raza humana.

Quita a Dios por completo, y solo tendremos otras formas de dañarnos los unos a los otros. Usted mismo es un buen ejemplo, por el cómo trata como un trapo a cualquiera que se muestra en desacuerdo con usted.

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