"Sólo a partir de Darwin se ha comprendido que no somos la especie elegida, sino como dice Robert Foley, una especie única entre muchas especies únicas, aunque eso sí, maravillosamente inteligente. Y no deja de ser paradójico que tantos años de ciencia nos hallan llevado a saber algo que cualquier bosquimano del Kalahari, cualquier aborigen australiano, o cualquiera de nuestros antepasados que pintaron la cueva de Altamira conocía de sobra: Que la Tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la Tierra."

Juan Luis Arsuaga

¿“21 Gramos” de alma? Otro mito que cae por su propio “peso”

UNO DE LOS TÓPICOS HABITUALES de los diletantes del misterio a la hora de confrontar la perfidia de los incrédulos, es un mítico experimento que demostró “científicamente” la existencia del alma humana. En algún momento del impreciso pasado, un médico acucioso habría acometido la macabra tarea de pesar a personas agonizantes, encontrando que éstas perdían, en el preciso instante de la muerte, 21 gramos. Los incrédulos suelen responder, por supuesto, con incredulidad. Para el sentido común semejante experimento linda con lo inverosímil, cuando no con lo grotesco o lo puramente literario. Ejemplos de esto último no faltan: recordemos aquí ese extraordinario cuento de Edgar Allan Poe, La verdad sobre el caso del señor Valdemar, que fue leído en su momento como un reporte científico auténtico de la detención de la muerte por medio de la hipnosis. Y sin embargo, a pesar de lo extravagante que pueda parecer, ese experimento sí se llevó a cabo, y sus resultados incluso se publicaron en una revista médica. Su autor fue el Doctor en Medicina Duncan MacDougall, de Haverhill, Massachussets. El año, 1907.

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