Sólo a los creyentes se les puede estafar, de forma fácil, sin que estos se den cuenta y que, además, estén agradecidos por ello.
No, no me refiero a esos espectáculos llamados misas en los cuales un «predicador» que se hace llamar a sí mismo «profeta» (cuando no afirma ser él mismo Jesús reencarnado o similar) se dedica a maldecir irracionalmente a todo aquel, o aquello, que puede contradecirle para después pedir dinero a su público, ni me refiero a los cientos de shows que se emiten anualmente en numerosas cadenas en las cuales otro «predicador» y «profeta» repite las mismas frases cliché de su religión para, acto seguido, pedir donaciones para su causa (el hacerse rico).
No, esta vez no me voy a referir a este tipo de sucesos sino a otro distinto y a la vez similar (un estafador prometiendo algo a sus convencidos devotos a la par que pide dinero): el de los exorcistas y curadores por fe. Lo haré con dos ejemplos que van a ilustrar perfectamente que el religioso es alguien predispuesto, desde que de pequeño lo educaron para ello, a ser un necio al que se le puede estafar fácilmente.