Hoy día, el continente americano es de mayoría cristiana. Bajo una de las ironías más grandes de la historia, tanto los descendientes de los esclavos importados a América como los habitantes indígenas esclavizados directamente allí se «convirtieron» a la misma religión de aquellos que bajo su creencia en esta secuestraron, masacraron y apresaron a sus ancestros para forzarles a trabajar para ellos.
Por un lado, en el norte, porque los intolerantes peregrinos ingleses que huían, a su vez, de la intolerancia religiosa hacia ellos en Gran Bretaña se dedicaron a exterminar, en a penas medio siglo, a los indígenas que les habían ayudado a sobrevivir cuando estos llegaron. Así sucedió, por ejemplo, con los cristianos que se embarcaron en el Mayflower en 1620. Apenas comenzaba ese siglo, de hecho, cristianos protestantes (puritanos, calvinistas, etc.) apelaron a su religión para concederse el derecho de someter a las personas de ese nuevo continente y para apropiarse de sus terrenos bajo la «doctrina del destino manifiesto».
Y por otro, en el sur, porque estos (en este caso a manos de cristianos mayoritariamente católicos) aplicaron prácticamente la misma filosofía: lo primero que hicieron los navegantes españoles y portugueses, después de hacerse con las tierras de los indígenas mediante la conquista (masacrando a su población), fue obligarles a trabajarlas para así poder pagarles en especias con el mismo producto que obtenían de estas tierras que les habían arrebatado.
Los latinoamericanos que hoy día se consideran «cristianos» no lo son «gracias a dios» y su «voluntad divina» sino gracias a que sus conquistadores legislaron y se impusieron ante ellos para que así lo fueran. Concretamente, gracias a que en 27 de enero de 1512 un rey católico, Fernando II, apodado (por si no quedaba claro) como «el católico», firmó una serie de leyes en la ciudad de Burgos (España): las Leyes de Burgos. Estas se fundamentaban en dos principios básicos: el requerimiento (un «todo esto nos pertenece» y «vosotros debéis ser cristianos») y las encomiendas («vosotros trabajareis para nosotros»).