Hoy día es habitual asistir al teatro e incluso socialmente se considera a este como una parte sustancial de la cultura (excepto, por lo visto y ¡casualmente!, para los políticos más afines a la religión). Sería impensable o por lo menos, de conocerse, a considerar como una actitud intolerante que un religioso actual criticara públicamente al teatro en general (y aun así, dentro de la religión, existen discrepancias y gente abiertamente contraria a este, hoy día, aun cuando es para fines apologéticos). Digamos que esto, hoy día y por norma general, es tan políticamente incorrecto que pocos, sólo los más fanáticos, consideran hacerlo.
Esta actitud mayoritariamente tolerante, pese a las apariencias actuales, no ha sido siempre así y el teatro, fuente crítica social, como tal, fue cuestionado y demonizado durante siglos por la religión cristiana.
Esta religión, que tanto presume de haber contribuido a la cultura, hizo siempre todo lo posible por empobrecerla: lo hizo prohibiendo libros y lo hizo contribuyendo a la prohibición o por lo menos el perjuicio del Teatro, tal y como ellos mismos confesaron orgullosos.