Hoy día es habitual asistir al teatro e incluso socialmente se considera a este como una parte sustancial de la cultura (excepto, por lo visto y ¡casualmente!, para los políticos más afines a la religión). Sería impensable o por lo menos, de conocerse, a considerar como una actitud intolerante que un religioso actual criticara públicamente al teatro en general (y aun así, dentro de la religión, existen discrepancias y gente abiertamente contraria a este, hoy día, aun cuando es para fines apologéticos). Digamos que esto, hoy día y por norma general, es tan políticamente incorrecto que pocos, sólo los más fanáticos, consideran hacerlo.
Esta actitud mayoritariamente tolerante hoy día, pese a las apariencias actuales, no ha sido siempre así y el teatro, fuente crítica social, como tal, fue cuestionado y demonizado durante siglos por la religión cristiana.
Esta religión, que tanto presume de haber contribuido a la cultura, hizo siempre todo lo posible por empobrecerla: lo hizo prohibiendo libros y lo hizo contribuyendo a la prohibición o por lo menos el perjuicio del Teatro, tal y como ellos mismos confesaron orgullosos.
¿Por qué tal demonización, odio y pretendida censura del Teatro?
Básicamente lo hicieron, tal y como confesaron indirectamente los cristianos que hicieron campaña en contra de las representaciones, porque este era crítico y bajaba de su pedestal de seriedad a la religión; rebajaba a lo que en realidad es esta estafa (un absurdo) y además lo hacía precisamente usando los mismos mecanismos que ellos habían empleado para atraer a la gente a sus misas: la teatralidad y una representación colorida de la ficción que enganchaba al asistente emocionalmente. De hecho, hipócritamente, el cristianismo tuvo un lapso de tiempo, durante los siglos IX al XII (y en algunos lugares), en el que se aprovechó del uso de representaciones teatrales de sus narraciones bíblicas para convencer a una población no privilegiada y mayormente analfabeta dentro de las iglesias: lo que se conoció como Drama Litúrgico, hasta que entre el siglo XII y XIV este se fue desplazando a las calles, fuera de las calles, con representaciones populares y con una moral menos acorde a la que proclamaba la Iglesia.
Estos religiosos, alegaron (como veremos) que este teatro lo que hacía era perjudicar a la moral social conduciéndola hacia la decadencia. Sólo el tiempo ha puesto en evidencia tal crítica y ha demostrado, pese a todos sus intentos, que estas representaciones no conducían a la ruina social sino a justamente todo lo contrario: a una sociedad más crítica y despierta (su verdadero enemigo). Ruina y decadencia que, por cierto, ellos sí llevaron (y aún llevan tras de sí) con su intolerancia.
Como dije en otros artículos, la religión pretende escapar de toda crítica; de que se muestre todo aquello que esta no quiere (como que existen otras culturas y opiniones) y de que se humanice aquello que ellos se han encargado de ensalzar y adornar hasta mitificarlo. Esto es algo que el Teatro siempre ha hecho.
Otra cuestión, tal vez subjetiva en la mente de estos religiosos, es que el Teatro tal vez les quitara el protagonismo que estos habían tenido hasta entonces. ¿Para qué acudir a tu show si tengo este otro, mucho más elaborado y entretenido?
Las opiniones cristianas
Juan Crisostomo (347 – 407 d.e.c.).
A parte de ser un redomado antisemita, como lo demostró en su Adversus Judaeos, también era un intolerante con respecto al teatro. De hecho, este predicador cristiano, se servía de este odio, tanto para con los judíos como para con el teatro, para insultarlos a ambos:
Los judíos reúnen el coro de los libidinosos, las hordas de mujeres desvergonzadas, y todo ese teatro junto con sus espectadores lo llevan a la sinagoga. Así pues, no hay ninguna diferencia entre la sinagoga y el teatro. Pero la sinagoga es más que un teatro, es una casa de lenocinio, un cubil de bestias inmundas, una madriguera del diablo. Y las sinagogas no son el único refugio de ladrones, mercaderes y demonios, porque lo mismo son las almas de los judíos.
Esto, por ejemplo, es lo que dijo Crisostomo en una homilía sobre estos espectáculos, quienes asisten a ellos y quienes no lo denuncian y lo toleran. Para él, asistir al teatro es tan grave como robar y tanto quien lo hace como quien no lo denuncia merece un castigo por ello: eso sí, en esta vida real; no sea que según él tenga consecuencias en su otra «vida» postmortem:
Homilía contra los juegos y teatros
… Porque si en la casas de los hombres, cuando se sorprende alguno de los criados robando algo de plata u oro, no sólo se castiga a sorprendido, sino también a os que, sabiéndolo, no lo habían revelado, mucho más en la iglesia. Pues te dirá entonces Dios: Viendo que era robado de mi casa no un vaso de oro o plata, sino arrebatada la continencia, y que el que reciba el precioso cuerpo y era partícipe de tan grande sacrificio se iba a la región del diablo (circo y teatro), y que cometía tan grandes pecados, ¿Cómo callaste?, ¿Cómo lo toleraste?, ¿cómo no lo dijiste al sacerdote, y no te pedirían cuentas tan rigurosas? Por esto, también yo, aunque me haya de ser doloroso, impondré aun las penas más graves. Porque es mucho mejor que suframos aquí y nos libremos del Juicio venidero, que no, por haber sido complacientes en las palabras, seamos castigados entonces juntamente con vosotros.
Según Crisostomo, el llanto acerca a su dios mientras que aquello que despierta la risa lo aleja. Así, por ejemplo, demonizaba a este en su prédica y por eso mismo lo denominaba, como hemos visto, como «la región del Diablo»:
Homilía V, a San Mateo
…teniendo que dar cuenta de tantos y tan graves crímenes ¿todavía te sientas a reír y proferir chistes mundanos y te entregas a la liviandad? Dirás: pero si no lo hago, sino que me siento a llorar ¿qué utilidad me viene? Grande, por cierto. Y tan grande que no te la puedo explicar. Porque en los tribunales humanos, por más que llores no escapas de la pena, una vez pronunciada la sentencia; en cambio en este otro tribunal basta con que gimas para revocar la sentencia y obtener el perdón. Por esto Cristo con frecuencia nos amonesta a que lloremos y a los que lloran los ama bienaventurados mientras que llama desdichados a los que ríen.
Este teatro no admite donaires. Ni nos reunimos aquí para excitar risotadas, sino para gemir y mediante nuestros gemidos obtener la herencia del reino. Si tú te presentas delante del emperador, no te atreves ni a sonreír con ligereza; y en cambio tienes en tu casa al Señor de los ángeles ¿y no tiemblas y no estás con la modestia conveniente y aun te atreves a reírte mientras él está irritado? ¿No piensas en que más lo irritas con esto que con tus pecados? Porque no se aparta Dios de los pecadores tanto cuanto se aparta de quienes pecan y no se arrepienten ni se moderan. Pero hay hombres tan locos, que aún habiendo oído estas palabras, todavía dicen: ¡Lejos de mí el derramar lágrimas! ¡Concédame Dios que esté siempre en risas y juegos!
¿Puede haber cosa más infantil? No es Dios quien concede el juego, sino el diablo. Oye lo que les sucedió a quienes se entregaban al juego: El pueblo se sentó a comer y beber y se levantaron después para danzar. Y así eran también los sodomitas y la gente que vivía al tiempo del diluvio. Porque de ellos se dice: Tuvieron gran soberbia, hartura de pan y mucha ociosidad y prosperidad y se colmaban de delicias. Y los que vivieron en tiempo de Noé, aun viendo que durante tantos años se iba fabricando el arca, se entregaban al placer sin cuidado alguno, y para nada prevenían lo futuro. Por esto a todos los hundió el diluvio y naufragó todo el orbe.
No pidas, pues, a Dios regalos del diablo. De Dios es dar un corazón contrito, un ánimo humilde, vigilante, temperado, continente, penitente y compungido. Tales son sus dones, porque de eso es de lo que estamos necesitados sobre todo. Se ha echado encima una gran pelea y nuestra batalla es contra las Potestades invisibles; nuestro combate es contra los espíritus de la maldad, contra los Príncipes del mal. Ojalá que procediendo con diligencia, vigilantes y despiertos, podamos sostenernos y hacer frente al feroz escuadrón. Pero si nos entregamos a la risa, a la danza y a ser perpetuamente perezosos, por nuestra desidia caeremos aun antes de combatir.
Así es que no nos conviene andar perpetuamente riendo y entregarnos a los banquetes. Eso es propio de quienes danzan en el teatro, de las meretrices, de los que para eso se hacen cortar el pelo, de los parásitos, de los aduladores; pero no de quienes están destinados al cielo, de los que tienen sus nombres escritos entre los ciudadanos de la eterna ciudad, de los que están dotados de armas espirituales. Es propio de aquellos a quienes el diablo ha iniciado en aquello otro. Porque es él, él mismo, quien con artimañas de este jaez se esfuerza por este camino en debilitar a los soldados de Cristo y volver muelles los nervios y las fuerzas del alma. Por eso instituyó en las ciudades los teatros, en donde, agitando a los payasos, lanza contra toda la ciudad esa peste, esa que Pablo ordenó que se rehuyera. Se refiere a las conversaciones necias y a los chistes livianos; pero de ambas cosas es suprema ocasión la carcajada.
Cuando los mimos, en medio de sus payasadas dijeren algo blasfemo o torpe, entonces algunos de los más necios se ríen y se alegran, siendo así que a semejantes mimos se les debería lapidar en vez de aplaudirlos por sus chistes; pues por semejante placer atraen sobre sí el fuego del ‘horno Quienes les alaban lo que dicen son quienes más a decirlo los impulsan. Y por tal motivo con toda justicia quedan sujetos al tormento debido por crimen semejante. Si no hubiera espectador, tampoco habría comediantes. Pero cuando ven que vosotros abandonáis las oficinas, los oficios, las ganancias, en una palabra toda otra cosa, para correr a tales espectáculos, mayor cuidado ponen y mayor empeño en prepararlos.
No digo esto para librarlos a ellos de pecado, sino para que caigáis en la cuenta de que sois vosotros quienes suministráis el principio y raíz de semejante maldad, pues gastáis todo el día en eso, traicionando la decencia de vuestro estado de cónyuges y deshonrando el gran sacramento del matrimonio. No peca tanto el comediante como tú que le ordenas proceder así. Más aún: ni siquiera lo ordenas, sino que lo celebras con risas y aplaudes semejantes espectáculos y de mil maneras ayudas a esa oficina del demonio. ¿Con qué ojos, te pregunto, verás luego en tu casa a tu esposa; a tu esposa, a la que en el teatro contemplaste injuriada? ¿Cómo no te avergüenzas al acordarte de tu esposa, cuando ves en el teatro deshonrado su sexo?
Ni me opongas que ahí en el teatro todo es asunto de comedia y fingimiento; porque ese fingimiento ha convertido a muchos en adúlteros y ha destruido muchas familias. Y esto es lo que más lamento: que ya ni siquiera os parezca ser malo, sino que al contrario te entregues a los aplausos, los gritos, las risotadas, cuando los actores se atreven a presentar en público el adulterio. ¿Por qué llamas a semejante representación simple ficción? Infinitos suplicios merecen los comediantes, pues procuran imitar lo que todas las leyes ordenan evitar. Si mala es la cosa, mala es también su representación. Y no digo aún que semejantes ficciones de adulterio convierten a los espectadores en adúlteros y petulantes y desvergonzados; ya que nada hay más lascivo, nada más petulante para la mirada capaz de soportar semejantes espectáculos. Sin duda que tú no quisieras ver en el foro y mucho menos en tu casa a una mujer desnuda, porque semejante cosa la consideras como una injuria. Y en cambio vas al teatro a injuriar a ambos sexos manchando al mismo tiempo tus miradas.
Tampoco alegues que aquella mujer desnuda en el teatro es una meretriz: uno mismo es el cuerpo y el sexo de la meretriz y de la libre. Si en realidad nada hay de obsceno en ese espectáculo ¿por qué cuando en el foro ves a la mujer desnuda al punto te apartas y echas de ti a la desvergonzada? ¿Acaso el espectáculo es obsceno cuando andamos separados en los negocios, y cuando nos reunimos y nos sentamos en el teatro todos ya no es igualmente torpe? Semejante excusa es ridícula y deshonrosa y lleva consigo al extremo de la locura. Sería preferible tapiar los ojos con cieno y con lodo a contemplar cosa tan fea y tan inicua. Porque no daña tanto al ojo el lodo, como el espectáculo lascivo y la vista de una mujer desnuda dañan al alma.
Oye lo que la desnudez causó ya desde el principio de los tiempos y teme lo que está detrás de tan grande torpeza. ¿Qué fue lo que dio origen a la desnudez? La desobediencia y las asechanzas del demonio. De manera que ya desde el principio en la desnudez puso el demonio su empeño principal. Pero en fin, a lo menos nuestros primeros padres se avergonzaban de estar desnudos, mientras que vosotros lo tomáis a honra, como lo dijo el apóstol: Gloriándose de la torpeza. ¿Con qué ojos te mirará tu esposa cuando regreses de tan desvergonzado espectáculo? ¿cómo te recibirá? ¿con qué palabras te hablará cuando en tal forma has deshonrado al sexo femenino y vuelves hecho por el tal espectáculo esclavo y siervo de una meretriz?
Si oyendo esto os compungís, os felicito. Porque dice Pablo: ¿Quién va a ser el que a mí me alegre, sino aquel que se contrista por mi causa? No ceséis de doleros y arrepentiros por esto. El dolor por semejante motivo será el principio de vuestra conversión a una vida mejor… Me he dejado llevar de la vehemencia algún tanto más en mis palabras con el objeto de libraros de la podredumbre de los hombres ebrios y volveros la salud del alma, mediante un corte profundo. Ojalá que por medio de él disfrutemos todos de los bienes eternos y alcancemos el premio preparado para las buenas acciones, por gracia y misericordia de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.
Agustín de Hipona (354 – 430 d.e.c.)
Este «santo» no toleró al teatro pues, según este, tuvo su origen en el «paganismo». Para el tolerante Agustín el teatro (la «institución de juegos escénicos») es un lugar de «apestados».
Ciudad de Dios (Libro I, cap XXXII)
CAPÍTULO XXXII
Institución de los juegos escénicos
A pesar de todo, sabedlo quienes lo ignoráis y los que fingís ignorarlo. Tenedlo en cuenta, vosotros que murmuráis contra el que os libró de tales tiranos: los juegos escénicos, espectáculo de torpezas y desenfreno de falsedades, fueron creados en Roma no por vicios humanos, sino por orden de vuestros dioses. Sería más tolerable el haber concedido los honores divinos al Escipión aquel que dar culto a dioses semejantes. Porque no eran éstos mejores que su pontífice. ¡A ver si ponéis atención, si es que vuestro espíritu, emborrachado de errores desde hace tanto tiempo, os permite hacer alguna consideración que valga la pena! Los dioses ordenaban exhibiciones de juegos teatrales en su honor para poner un remedio a vuestros cuerpos apestados; el pontífice, en cambio, prohibía la construcción del teatro mismo para evitar que vuestras almas quedaran apestadas. ¡Si os queda una chispa de lucidez para dar preferencia al alma sobre el cuerpo, elegid a quién de los dos deberéis dar culto: si a vuestros dioses o a su pontífice!
Y no se calmó aquella epidemia corporal precisamente porque en un pueblo belicoso como éste, acostumbrado hasta entonces únicamente a los juegos de circo, se infiltró la manía refinada de las representaciones teatrales. Al contrario, la astucia de los espíritus malignos, adivinando que aquella peste iba a terminar a su debido tiempo, puso cuidado en inocular, con ocasión de ello, otra mucho peor y de su pleno agrado, no en los cuerpos, sino en las costumbres. Esta segunda plaga les ha cegado el espíritu a estos desdichados con tan espesas tinieblas, y se los ha vuelto tan deformes, que todavía ahora (si llega a oídos de nuestra posteridad quizá se nieguen a creerlo), recién devastada Roma, aquellos contagiados de esta segunda peste, que en su huida han logrado llegar a Cartago, a porfía se vuelven locos por los histriones diariamente en los teatros.
Esta crítica, como veremos a continuación, en el cristianismo se extendió hasta hace bien poco.
Nicolás Blanco (s. XVIII)
Este cristiano escribe un libro dedicado al obispo de Huesca en el que describe por qué, según sus creencias e interpretación religiosa, el teatro es algo que hace «estrago en las almas» cual veneno.
Examen teológico-moral Sobre los teatros actuales de España (1766, reimpreso en 1792)
El mal es gravísimo. Ha llegado a tal punto la licencia de los que frecuentan el Teatro, y nos oprime de tal modo su número, que ya no se contentan con asistir a él, también pretenden nuestra aprobación, o cuando menos, nuestro silencio.
No pueden sufrir, que se califique de viciosa su asistencia; porque el hombre de vicio trae consigo un desabrimiento importuno, que incomoda sus conciencias. Quisieran, que las máximas del Evangelio fuesen conformes a las suyas; y a fuerza de quererlo así, obran en fin como si lo fuesen.
… Quiero confesar a los abogados teatrales, que no hago sino repetir lo que otros han dicho: ¿pero habría necesidad de tanta repetición, si se hubiesen enmendado con lo que describieron nuestros mayores? Es preciso continuar en decir las mismas cosas, al ver que continúan en hacerlas necesarias.
Algún cristiano, en defensa de su religión, vendrá ahora alegando que estos fueron casos excepcionales y que en la historia de su cristianismo este hizo lo contrario. Para responder a esto citaré el repaso que este devoto cristiano hace, orgulloso, de cómo su querida secta se opuso a él siempre:
La Providencia Divina nos ha franqueado siempre argumentos invencibles contra todos los errores, y abusos con que la prudencia de la carne y sangre ha intentado obscurecer la pureza de la Moral Evangélica. En los cinco seis primeros siglos de la Iglesia, en que hubo Teatros, todos los Padres Sin excepción alguna, de común consentimiento los desterraron. Destruidos que fueron por los Bárbaros, quedaron siempre algunos vestigios de estas diversiones paganas. Renovaban contra ellas Doctores, de tiempo en tiempo, con celo Apostólico la doctrina de los Padres antiguos. Reedificados a finales del siglo XV o principios del XVI y renovadas las representaciones Cómicas, inmediatamente Obispos, los Concilios, los Ministros Evangélicos levantaron la voz, y declamaron contra esta corruptela, alegando la autoridad de los Tertulianos, Cyprianos, Clementes, Cyrilos, Naciacenos, Basilios, Crisostomos, Gerónymos, Ambrosios, Agustinos; y en una palabra, de todos los Padres de la Iglesia.
Dios por el amor infinito que tiene a sus escogidos, ha suscitado en estos últimos Pastores para guardar su rebaño; y especialmente al Santísimo Arzobispo de Milán San Caros Borromeo. Este Santo Prelado, como otro Crisostomo, con su voz, con sus escritos, y con su fortaleza Sacerdotal se opuso a los juegos Teatrales y ha dejado tan preciosos documentos contra esta corruptela de la costumbres cristianas, que bastan para cubrir de un perpetuo saludable silencio a todos los defensores Teatrales.
Ya en su «censura» el «reverendísimo padre» Fr. Miguel de Jesús María, califica a esta obra de sumo interés pues según él su autor:
armado del celo de la honra de Dios, promueve la pureza de las costumbres Christianas contra las infecciones del Teatro.
Para el moralista Jesús María:
En todo este escrito se demuestra, cuan vano se ha disputado en el mundo sobre el distintivo de Comedias y Tragedias; haciendo ver, que todas las Comedias paran en la Tragedia de un escandaloso relajamiento de costumbres. Así mismo se hace ver, que el Teatro de representación se ha convertido en Anfiteatro donde se conmueven e irritan los apetitos bestiales, para deshacer con su furia la christiana honestidad y pudor.
Todo el aparato de razones del Autor, considerado en globo, se ordena a persuadir que en las Comedias se excitan los afectos desordenados de odios y amor; y que la Comedia así intitulada es Comedia de Comedias; porque en todas ellas se experimenta este escandaloso desorden: y que este empeño de excitar estos afectos es malo por si mismo, y no puede considerarse en la clase de indiferente.
Nota:
En este libro se incluye, como era costumbre, la opinión de los censores. Lo que se conocía y se conoce como «imprimatur«. Algo habitual y más durante la época en que la religión cristiana, representada por la Iglesia, se dedicaba a decir qué libros podían publicarse y cuales no en su Index. Esta costumbre, anteriormente, había sido norma social y legislativa. Así, por ejemplo, detalla cómo funcionaba la censura en el Siglo de Oro español (periodo que abarca entre los s. XV y XVII) Melveena McKendrick en su libro El teatro en España, 1490-1700 (Edicions UIB. pags. 281 – 282):
Otro aspecto del proceso de publicación también tuvo su impacto sobre los textos de las comedias: la censura. El grado y los efectos de la autocensura son, claro está, imponderables. Como es evidente, los comediógrafos no perdían el tiempo en escribir comedias que sabían que iban a ser prohibidas, ni hay razón para creer que hubieran querido hacerlo, aunque en algunas ocasiones, como en el caso de El divino africano de Lope, erraban el juicio sobre el resultado final. No obstante, disponiendo de los textos y de los cortes que sabemos que les impusieron los censores, no da la sensación de que los autores sintieran indebidamente constreñidos por la idea de que se censuraran detalles de sus escritos. La impresión que dan es la de haber llegado tan lejos como se atrevían – en alguna ocasión un poco más lejos-, dejando que el censor y el fiscal se ocuparan de las sutiles distinciones relativas a lo que era o no tolerable. Uno se imagina que ver hasta donde podían llegar llegó a convertirse en una especie de juego para algunos dramaturgos. La intervención de la Inquisición constituía sin duda un problema más serio. Lope, que por entonces era familiar de la Inquisición, se quedó muy contrariado por la confiscación de su obra sobre San Agustín en 1608, alegando en frustrada apelación contra la medida de la Inquisición que su honor y su buen nombre habían sido puestos en tela de juicio como consecuencia de las generalizadas especulaciones que había provocado la prohibición. La censura teatral rutinaria, como hemos visto, aplicaba un rigor variable pero de todos modos pretendía ser seria. No parece haber modo de saber qué se perdió por los reparos de la censura por razones religiosas, morales y de otro tipo, y es imposible decir cuánto se agregó a un texto o cuánto de lo que había sido cortado se repuso en su lugar durante la representación y en el texto publicado tras conseguir el permiso. En teoría, el Protector tenía que ver la obra representada antes de que fuese aprobada, y se suponía que el censor y el fiscal asistían a la primera representación para asegurarse de que se llevaban a cabo sus correcciones, pero parece improbable, a la vista del trasiego de comedias, que estas normas se cumplieran siempre en la práctica.
…
Inevitablemente, el funcionamiento de la censura tenía algo de azaroso, al basarse en la opinión de personas muy distintas, seglares y eclesiásticas, desinteresadas o no, según los casos.
Manuel García de Villanueva, en su obra «Origen, épocas y progresos del teatro español, discurso histórico» (1802) hace mismo resumen que Blanco, confirmando a este último en que la Religión ha despreciado siempre al teatro:
si Platón (I) sintió mal de las representaciones escénicas, y dijo que convenía echarlos de la ciudad, fue porque los versos que decían eran injuriosos a la magestad, y unidad de los dioses (2): fue por la razón que Valerio Máximo de de haber los Lacedemonios vedado las comedias y obras del poeta Archiloco, porque estaban llenas de deshonestidades, y porque leyéndolas los niños y los tiernos mancebos no se infeccionasen con ellas (3).
Por la misma causa referida los Santos Padres vituperan las comedias bajo el nombre de espectáculos, como lo advierte Celio Rodegino, lib. 8, Lección antiquarum; y hablan de ellas, como de cosa perjudicial y peligrosa para el alma, San Gregorio Naciaceno in Garminibus, sambclico 3. San Clemente Alexandrino, lib. 3. pedag. c. II. San Basilio, Homilía 14 exhameron: San Juan Chrisostomo en la Homilia, cuyo títuo es: Periculo cum esse adire ad scpectacula: TErtuliano lib. de spectaculis: San cirpiano en el lib. 2. espist. 2. San Agustin (4) en diversos lugares: San Francisco de Sales, San Carlos Borromeo, y otros.
La misma vituperación se halla en los Conciios y sacros Cánones: en el Concilio Vienense sub Clemente V. clementina Iª de celebritate missarum: Concilio Basiliense, ss. 2 1, el Altisiodorense, C. 9 L Sexta Sínodo General, can 62. Los Cánones C Presbyteri d 34. C Non oportet de consecratione de. 2. C. Cm de corem de vita at honestate cleucoy.
Referencias:
(1) Platón, libro de República.
(2) D. Aug lib. 8. de Civit. c 13
(3) Valerio Max. lib. 6. c 3.
(4) D. Aug. lib 3. Confession c. 2. et 3. et lib. 50. Homiliarum et Sermoe II. de tempore.
De poco le sirvió alegar que estas críticas religiosas no se referían a las «representaciones modernas, sino a las libres y lascivas» reflejando, en su defensa del teatro, que este no comprometía a la moral que promulgaba la Religión cristiana: «consta hablar de solas ellas, porque lo dicen las palabras de los Santos«. Ya andaban religiosos, como Blanco o el que viene a continuación, reflejando que su crítica al teatro se extendía aun más.
Fray Miguel de Santander
En el siglo XIX este moralista dice que el teatro, del cual hace un repaso sesgado y prejuicioso desde los tiempos antes de su Cristo criticándolo, proviene de su otro querido personaje ficticio: el demonio. Alegando que sólo por esto, por tener según él dicho origen, debería eliminarse.
Doctrinas y sermones para misión (1808), Contra las comedias.
Los primeros cuatrocientos años de la fundación de Roma, los romanos, a imitación de los juegos olímpicos de Grecia, estuvieron entretenidos con sus juegos circenses que instituyó Rómulo, los cuales ya desmayados, reanimó Tarquino en el año 139 de la fundación de la ciudad, 615 años antes del nacimiento de nuestro Redentor. Todo este dilatado tiempo pasaron en estos juegos los romanos, hasta que dieron en el pensamiento de añadir a ellos las comedias. Por los años, pues, de 365 antes de Jesucristo las llamaron los romanos de la Istria, una de las provincias de la Grecia; por cuyo motivo los comediantes comenzaron a ya desde entonces a llamarse Istriones, tomando su nombre de la provincia, y las comedias a intitularse juegos teatrales, escénicos o de representación. Aquí entre los romanos recibieron las comedias con la mala disposición que ya encontraron, notables incrementos de malicia, y singulares creces de obscenidad, levantándose con el renombre de institución romana. Pero lo cierto es que el autor y fautor de las comedias y juegos escénicos no fue otro que el mismo diablo.
Es verdad que los romanos le sirvieron al demonio de instrumento para extender por el mundo esta maligna peste de las buenas costumbres; pero no fueron ellos los que las inventaron con todo el golpe de su malicia, sino el mismo diablo. No lo digo yo, señores: oid a san Agustín, que en el libro primero de la ciudad de Dios dice así al capítulo XXIII: Ludi scenici spectacula turpitudinis, et licencia vanitatum, non bominum vitiis, sed deorum vestrorum jussis, Rome instituttae sunt. Escuchad también a san Juan Crisostomo, que en la homilía VI. sobre san Mateo, hablando del demonio, dice: Que él es el que redujo a arte los juegos o comedias, con el dañado fin de cazar con este suave cebo a los cristianos: Ille est quit etiam in artem jocos, Iudosque digessit, ut per baec ad se trraberet milites Christi. Aun cuando no hubiera otro mal en el teatro que haber tenido por fundador al diablo, debieras, sino por pernicioso: Obhoc despicienda est origins macula, ne bonum estimes, quod initium a malo accepit (I).
A qué se refiere este fray con su crítica lo dice a continuación. Para este cristiano pudoroso, la tolerancia hacia el teatro no pasa por admitir a la gente que acude a él:
Hablo, vuelvo a decir, de la comedia en cuanto comprende le concurso. Este, por común, se compone en gran pare de gente libertina (exceptuando unos pocos que van por la necesidad de su oficio para impedir los exteriores desórdenes); se compone, digo ,de gente la más desocupada y ociosa: gente ansiosamente entregada a la diversión, al placer y embelesamiento del mundo: gente que coloca su felicidad en preocuparse todos de gustos imaginables: gente que no se trata seria y eficazmente de conocer el espíritu y santidad del cristianismo que profesaron en el sagrado Bautismo: gente sin oración, sin mortificación, ni lección espiritual: una gente bien mantenida y acaso viciosamente regalada: una gente, en fin, que procura sacudir de su interior, si tal ve les asalta misericordiosamente, el saludable pensamiento de la muerte, la severidad del juicio de Dios, el horrible castigo que da en el infierno a los pecadores, y ala interminable duración de sus tormentos. Estas gentes lastimosamente engañadas con algunas obras de piedad y religión, aunque hechas sin uncio del Espíritu Santo, sin elevación del corazón a Dios, ya se creen seguras de todos los peligros, exentas de todos los riesgos, y capaces de pisar sobre el fuego sin quemarse. De esta especie de gente es la mayor parte de la que concurre al teatro.
A este fray no sólo le preocupaba el origen, según él, demoníaco del teatro y el tipo de gente que acudía a él sino de los asuntos que en las obras se trataban:
No sólo entiendo por nombre de comedia práctica la gente o el concurso que va a oírla, no solo los comediantes que la representan, sino también el asunto o materia del que se compone.
A fray Santiago, así como al obispo al que cita, Don Juan de Palafox, les incomoda que no se castigue lo que ahí se representa y que sí se castiga fuera de escena (pags. 334-335). Para fray Santiago, que no duda en demonizar a la comedia, el «apestado» teatro (término que este buen fray coge de «san» Agustín) lleva consigo unos «fatales efectos… en el Estado y en las buenas costumbres«.
No es de extrañar, teniendo en contexto el poder y la influencia social que en aquella época ejercía la eclesia, que su opinión moralista cristiana calara en la sociedad haciendo que dicha moral se viera reflejada incluso en la crítica literaria de algunos autores, como el poeta Nicolás Fernandez de Moratín. En su obra Desengaño al teatro español (1762) este dramaturgo muestra la misma crítica moralista por la que obivamente se vió influenciado:
Pero todos estos defectos me parecen nada respecto de otro mayor, que es la falta de instrucción moral. Después del púlpito, que es la cátedra del Espíritu Santo, no hay escuela para enseñarnos más a propósito que el teatro, pero está hoy desatinadamente corrompido. Él es la escuela de la maldad, el espejo de la lascivia, el retrato de la desenvoltura, la academia del desuello, el ejemplar de la inobediencia, insultos, travesuras y picardías.
(La Petimetra. pag. 156)
La libertad de expresión, que algunos desdeñan alegando que es lo mismo que el «libertinaje» al que tanto critican, empleando para ello la manida frase de siempre (sin saber si quiera su procedencia – véase Notas), ha sido, es y será siempre enemiga de la religión.
Notas:
En la nota (I) este fray cita al ya mencionado anteriormente, Don Nicolás Blanco y a su obra.
Como habréis podido comprobar, fray Santander comete un error al citar a su querido ídolo, san Agustín: referencia el libro I capítulo XXIII (23) cuando en realidad es el capítulo XXXII (32).
Es de un uso común la frase «no es lo mismo libertad que libertinaje» cuando se necesita como recurso moralista para coartar cierto tipo de expresiones, actitudes y comportamiento. El término libertinaje proviene de «libertinus» (el «hijo de «libertus», un esclavo recién liberado») y se acuñó de forma despectiva gracias a un personaje literario (el «libertino«) que servía, en la literatura del siglo XVII y gracias de nuevo a la influencia religiosa, como un referente antiético dentro de una obra.
Conclusión
No deja de ser curioso e irónico, en el repaso de la historia del teatro, que las mismas religiones que lo usaran y siguen usando para fines apologéticos, fueran siempre sus mayores opositoras. En dicho repaso, viendo dichas actitudes, lo que queda claro es que estas religiones no se quejaban del teatro per se sino por albergar, en su ejercicio de libertad, todo tipo de obras. Pues estos no se quejaron ni se han quejado cuando dicha libertad se reprimía o cuando se hacía uso de este teatro para propagar sus creencias: así sucedía, por ejemplo, en obras como las farsas de Diego Sánchez de Badajoz (s. XVI): como, por ejemplo, la Farsa de Salomón o la Farsa militar (1547), en la que se dramatizaba una lección moralizante sobre la penitencia y la redención en Cristo; o como cuando, ya más actualmente, se realizan obras de «teatro cristiano». En resumen, se podría decir que la religión sólo está conforme con aquello que hace propaganda o habla bien de ella. Y que, en algunas ocasiones, ni eso.
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