"Se puede asumir con cierta seguridad que uno ha creado a Dios a su propia imagen cuando resulta que Dios odia a toda la misma gente que uno."

Anne Lamott

Fraudes religiosos: las falsedades cristianas sobre Poncio Pilato

Un rasgo peculiar de la religión es el sesgo de confirmación. Primero les inculcan una serie de afirmaciones que estos creen a pies juntillas y luego, cuando pasa el tiempo y se encuentran con que el mundo se las confronta, ante tal disonancia cognitiva, uno de los caminos que emprenden al no encontrar ni una prueba que las confirme es crearlas ellos mismos. Esto es lo que le pasó a Poncio Pilato. ¿El motivo? ser citado en los evangelios sinopticos (Marcos 15, Mateo 27 y Lucas 3, 13 y 23).

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Un rasgo peculiar de la religión es el sesgo de confirmación. Primero les inculcan una serie de afirmaciones que estos creen a pies juntillas y luego, cuando pasa el tiempo y se encuentran con que el mundo se las confronta, ante tal disonancia cognitiva, uno de los caminos que emprenden al no encontrar ni una prueba que las confirme es crearlas ellos mismos. Esto es lo que le pasó a Poncio Pilato. ¿El motivo? ser citado en los evangelios sinopticos (Marcos 15, Mateo 27 y Lucas 3, 13 y 23).

Las cartas de los blogs

Por diversos blogs y vlogs de todo tipo anda circulando una supuesta carta escrita por Poncio Pilato y envíada al emperador Claudo Tiberio en la que, de nuevo supuestamente, Pilato describe a un «Jesús histórico». O al menos así es como lo titulan:

A Tiberio César: 
 

Apareció en Galilea un hombre joven, que en nombre del Dios que lo envió, predicaba humildemente una nueva ley. Primero temí que su intención fuera sublevar al pueblo contra los romanos. Pero pronto se borraron mis sospechas. Jesús de Nazareth habló más bien como un amigo de los romanos, que no de los judíos. Cierto día observé en un grupo de personas a un hombre joven que, apoyado en el tronco de un árbol, hablaba tranquilamente a la multitud que le rodeaba. Se me dijo que era Jesús. Esto podía haberlo supuesto fácilmente, por la gran diferencia que había entre él y aquellos que le escuchaban. Su pelo rubio y su barba le confirieron a su apariencia un aspecto celestial. Parecía tener unos 30 años. Nunca antes había visto una faz más amable o simpática. Qué diferencia tan grande había entre él y los que le escuchaban, con sus barbas negras y su tez clara. Como no deseaba molestarle con mi presencia, proseguí mi camino, indicándole sin embargo a mi secretario que se uniera al grupo y escuchara. Más tarde mi secretario me informó que jamás había leído en las obras de los filósofos nada que pudiera compararse con las enseñanzas de Jesús. Me informó que Jesús no era seductor ni agitador. Por ello decidimos protegerle. Era libre de actuar, de hablar y de reunir al pueblo. Esta libertad ilimitada provocaba a los judíos, los indignaba y los irritaba; no a los pobres, sino a los ricos y poderosos. 

Más tarde escribí una carta a Jesús y le pedí una entrevista con él en el Pretorio. Acudió. Cuando el nazareno apareció, estaba yo dando precisamente mi paseo matinal y al mirarle, mis pies parecían aferrados con correas de hierro al piso de mármol, temblando yo con todo el cuerpo cual un ser culpable, a pesar de que él estaba tranquilo. Sin moverme, admiré durante algún rato a este hombre excepcional. Nada había en él ni en su carácter que fuera repulsivo; pero en su presencia sentí un profundo respeto. Le dije que él y su personalidad estaban rodeados de una contagiosa sencillez que le situaba por encima de los filósofos y maestros de su tiempo. A mí y a todos nos causó una honda impresión debido a su amabilidad, sencillez, humildad y amor. 

Éstos, noble soberano, son los hechos que atañen a Jesús de Nazareth. Y me tomé tiempo para informarte de los pormenores acerca de este asunto. Opino que un hombre que sabe transformar el agua en vino, que cura a los enfermos, que resucita a los muertos y apacigua a la mar embravecida, no es culpable de un acto criminal. Y como otros han dicho, debemos admitir que es realmente el hijo de Dios. 

Tu obediente servidor, 
Poncio Pilato.

Según estos sitios de internet (ver ejemplo), «el original de esta carta se conserva en la Biblioteca Vaticana en Roma, y pueden solicitarse copias de la misma a la Biblioteca del Congreso en Washington». El problema es que esta carta no existe.

Luego está lo que según otro blog (ver aquí) es «La historia de los tres años del ministerio de Cristo, su juicio, muerte, sepultura y resurrección, por Poncio Pilato, copiado Abril 7 de 1893, del pergamino original en Griego, localizado actualmente en la Biblioteca Vaticana en Roma.» contada «Por el Rev. W. D. Mahan.»: 

A Tiberio César, Emperador de Roma, Noble Soberano, Salud: 

Los eventos de estos últimos días en mi provincia han sido de un carácter tal que yo daré los detalles completos según ocurrieron, porque no estaré sorprendido que andando el tiempo no cambian el destino de nuestra nación, pues parece que desde hace poco todos los dioses han cesado de ser propicios. Estoy casi listo a decir que maldito sea el día en que yo fui sucesor de Valor Flacius en el gobierno de Judea, porque desde entonces mi vida ha sido una continua aflicción e incomodidad. En mi llegada a Jerusalén tomé posesión del pretorio y mandé preparar una fiesta especial a la cual convidé al Tetrarca de Galilea con el Sumo Sacerdote y sus oficiales. A la hora marcada no llegaron los convidados; esto consideré un insulto a mi dignidad y a todo el gobierno que yo representaba. Unos días después el Sumo Sacerdote se dignó visitarme. Su apariencia era seria y engañosa. El pretendió que su religión le impedía a él y sus asistentes de sentarse a la mesa de los romanos para comer y ofrecer libación con ellos, pero esto parecía ser más bien una excusa ya que su rostro revelaba su hipocresía; mas, consideré que sería discreción aceptar su excusa; no obstante, desde ese momento yo estaba convencido que los conquistados se habían declarado los enemigos de sus conquistadores ya que yo debía amonestar a los Romanos que tuviesen cuidado del Sumo Sacerdote del país. Ellos serían capaces de traicionar a su propia madre con tal de adquirir un oficio a procurar una vida lujosa. Me parecía que de todas las ciudades conquistadas Jerusalén era la más difícil de gobernar. Tan turbulento era el pueblo que yo vivía con el terror de una insurrección momentánea, ya que no tenía soldados suficientes para evitarlo. Yo sólo tenía un centurión sobre cien hombres a mi mando. Le pedí refuerzo al perfecto de la Siria, el cual me informó que apenas él tenía suficientes tropas para defender su propia provincia. 

Yo temo que la sed insaciable de conquistar para extender nuestro imperio más allá de nuestra capacidad para defenderlo, será la causa de la derrota final de todo nuestro gobierno. Yo vivía en oscuridad del público porque no sabía qué harían esos sacerdotes para influenciar a la gentuza; no obstante, traté de estar al tanto de los deseos de la gente. Entre los distintos rumores que llegaron a mis oídos había uno que llamó mi atención en particular. Un joven, se dijo, apareció en Galilea predicando con una noble unción una nueva ley en el nombre de Dios que le había enviado. Al principio yo estaba sospechoso creyendo que su idea era levantar al pueblo contra los romanos, pero muy pronto fue quitado mi temor. Jesús de Nazareth hablaba más bien como amigo de los romanos que de los judíos. 

Pasando un día por el lugar de Siloé donde había una grande concurrencia, observé en el medio del grupo a un joven que, apoyado contra un árbol, se dirigía con calma a la multitud. Me dijeron que era Jesús. Esto podía haberlo adivinado fácilmente, ¡era tanta la diferencia entre él y los que le escuchaban! Su cabello y barba de color dorado le daba a su apariencia un aspecto celestial. Parecía tener unos treinta años de edad. Nunca he visto un semblante más dulce y sereno. ¡Qué contraste entre él y sus oyentes de patilla negra y color quemado! No queriendo interrumpirle con mi presencia continué mi paseo, pero hice seña a mi secretario que se juntara al grupo y escuchase. El nombre de mi secretario es Manlius, nieto del jefe de la conspiración que acampó en Etruria, esperando por Cataline. Manlius era un antiguo residente de Judea y era digno de mi confianza. 

Entrando en el pretorio encontré a Manlius el cual me relató las palabras de Jesús en Siloé. Nunca había yo leído en las obras de los filósofos algo que se podía comparar a las máximas de Jesús. Uno de los judíos rebeldes que eran tan numerosos en Jerusalén, le preguntó si era lícito pagar tributo a César. Jesús le replicó: «Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de El». Era por la sabiduría de sus dichos que yo concedí tanta libertad al Nazareno. En primer lugar, estaba en mi poder arrestarle y deportarle a Pontus, pero esto sería contrario a la justicia que caracteriza al gobierno romano en todos sus tratos con los hombres. Este hombre no era ni rebelde ni de una sedición. Yo le di mi protección son que él lo supiera. El tenía libertad para hablar, accionar, reunir y dirigirse al pueblo. Para escoger discípulos sin impedimento de algún mandato del pretorio. Si sucediera que la religión de nuestros antepasados fuese usurpada por la religión de Jesús, Roma deberá la primera reverencia. Mientras que yo, un miserable, habré sido el instrumento de lo que los judíos llaman providencia, y nosotros destino. 

Esta libertad ilimitada dada a Jesús provocaba a los judíos, no a los pobres sino a los ricos y poderosos. Es verdad que Jesús era severo con los últimos, y esta era una razón política, según mi opinión, por refrenar la libertad del Nazareno. «Escribas y fariseos _les decía_, generación de víboras. Sois semejantes a sepulcros blanqueados, que de fuera se muestran muy hermosos, mas de dentro están llenos de huesos de muertos». 

Otras veces escarnecía la limosna de los ricos y soberbios, diciéndoles que las blancas de los pobres eran más preciosas delante de los ojos de Dios. Nuevas quejas llegaban a diario al pretorio contra las insolencias de Jesús. Siempre me informaban que algún desafortunio le esperaba. No sería la primera vez que Jerusalén había apedreado a aquellos que se llamaban a sí mismos profetas, y si el pretorio rehusaba hacer justicia, apelarían al César. 

No obstante, mi conducta fue aprobada por el senado y recibí promesa de refuerzos después de la guerra de Parthian. Siendo muy débil para suprimir una sedición, adopté un medio que prometía establecer la tranquilidad de la ciudad. Sin someter al pretorio a concesiones humillantes, yo escribí a Jesús solicitando una entrevista con él en el pretorio. El vino. Usted sabe que por mis venas corre sangre mixta de españoles y romanos tan incapaz de temor como lo es la emoción pueril. 

Yo caminaba hacia mi Basílica cuando el Nazareno apareció, y mis pies parecían estar clavados con bandas de hierro al pavimento de mármol, y mi cuerpo se estremecía como un reo culpable, a pesar de que él estaba en perfecta calma. El Nazareno tenía la calma de la inocencia. Cuando llegó donde yo estaba, se paró e hizo señal que parecía decir: «Aquí estoy», aunque no habló una palabra. Por algún tiempo contemplé con admiración este tipo de hombre extraordinario. Un tipo de hombre desconocido a los numerosos pintores quienes han dado forma y figura a todos los dioses y héroes. No había nada de oposición en su carácter, sin embargo, me atemoricé y temblé al aproximarle. 

«Jesús, _le dije al fin, y mi lengua fallaba_Jesús de Nazareth, yo te he concedido por los últimos tres años libertad amplia para hablar y ni aún ahora me arrepiento de haberlo hecho. Tus palabras son de un sabio. Yo no sé si has oído a Sócrates o Plato, pero esto sé que en tus discursos hay una simplicidad magnética que te eleva mucho más allá de esos filósofos. El Emperador está informado de ello, y yo, su humilde representante en esta provincia me alegro de haberte permitido esta libertad que dignamente mereces. No obstante no debo ocultarte que tus discursos han hecho levantar contra ti enemigos fuertes y malignos. No es sorprendente esto, Sócrates tenía sus enemigos y cayó víctima de ellos. Los tuyos están doblemente encendidos contra ti, porque tus discursos han sido tan severos en contra de su conducta. Ellos también están encendido contra mí por la libertad que te he concedido. «Mi petición, pues, no digo mi mandato, es que seas más circunspecto y moderado en tus discursos por no despertar la soberbia de tus enemigos y que ellos hagan levantar contra ti la estúpida gentuza y me obliguen a emplear los instrumentos de la ley.» 

El Nazareno, con calma, replicó: «Príncipe de la tierra, tus palabras proceden de la verdadera sabiduría. Dile al torrente que se detenga en medio de la montaña porque de otra manera desarraigará los árboles del valle; y el torrente te dirá que él obedece a las leyes de la naturaleza y al Creador. Sólo Dios sabe para donde fluyen las aguas del torrente. De cierto te digo: antes que florezca la rosa de Sarón será derramada la sangre del justo.» 

«Tu sangre no será derramada» dije yo con profunda emoción. «Por tu sabiduría tú eres de más estima para mí que todos los turbulentos y soberbios fariseos quienes abusan de la libertad que les es dada por los romanos. Ellos conspiran contra César y convierten su libertad en temor, dando a entender a los incultos que César es un tirano y que busca la ruina de ellos. Miserables e insolentes; no saben que el lobo del Tíber a veces se viste de piel de oveja para cumplir sus fines. Yo te protegeré contra ellos. Mi pretorio será tu asilo sagrado de día y de noche». 

Jesús movió la cabeza y con sonrisa triste y divina dijo: «Cuando llegue el día no habrá asilos para el Hijo del hombre.» Y apuntando al cielo agregó: «Lo que está escrito en el libro de los profetas tiene que ser cumplido.» 

«Joven», dije nuevamente, «me obligas a convertir mi petición en una orden. La seguridad de mi provincia que ha sido confiada a mi cargo así lo requiere. Tú debes observar mis órdenes; conoces las consecuencias. Que tengas felicidad. ¡Adiós!» 

«Príncipe de la tierra», replicó Jesús, «las persecuciones no proceden de ti, yo las espero de otros y las enfrentaré en obediencia a mi Padre, quien me ha enseñado el camino. Refrena, pues, tu prudencia mundanal, no está en tu poder arrestar a la víctima al pie del tabernáculo de expiación.» Diciendo esto desapareció como una sombra resplandeciente detrás de las cortinas de la Basílica. Tuve un gran alivio porque me sentía como si tuviera un peso muy grande encima del cual no podía deshacerme en su presencia. Entonces los enemigos de Jesús se dirigieron a Herodes el cual reinaba entonces en Galilea para obrar su venganza en el Nazareno. Si Herodes hubiera consultado a sus propias inclinaciones, él hubiera ordenado inmediatamente la muerte de Jesús; empero, aunque era muy orgulloso de su dignidad real, él temía cometer un acto que pudiera disminuir su influencia con el Senado, o como yo tenía miedo del mismo Jesús. Pero no podía ser que un oficial romano fuese atemorizado por un judío. 

Previamente, Herodes me había visitado en el pretorio y levantándose para despedirse después de una conversación insignificante, me preguntó cuál era mi opinión sobre el Nazareno. Yo le dije que Jesús me parecía ser uno de esos grandes filósofos que a veces producen las grandes naciones; que su doctrina en ninguna manera era sacrílega, y que la intención de Roma era dejarle la libertad de hablar, justificada por sus acciones. Herodes se sonrió maliciosamente, y saludándome con un respeto irónico partió. 

Se aproximaba la gran fiesta de las judíos, y la intención de ellos era aprovechar el alboroto de la plebe porque ésta siempre se manifestaba en las solemnidades de la pascua. La ciudad rebozaba de una plebe tumultuosa que clamaba por la muerte del Nazareno. Mis amigos me informaron que el tesoro había sido usado para sobornar al pueblo. El peligro estaba aproximándose. Un centurión romano fue insultado. Yo escribí al prefecto de la Siria por cien soldados de infantería y otros tantos de caballería, pero él declinó mi petición. Yo me vi sólo con un puñado de veteranos en medio de una ciudad rebelde, y muy débil para refrenar un desorden; así que no me quedaba otra alternativa que soportarlo. Echaron mano a Jesús, y la sedición que nada temía del Pretorio, creyendo lo que su líder les había dicho: «que yo guiñaba el ojo a esta sedición», continuaron vociferando: «¡Crucifícale, crucifícale!» 

Tres poderos partidos se juntaron en combinación contra Jesús: Primeramente los herodianos y saduceos, cuya conducta sediciosa parecía haber procedido de un doble motivo: Ellos aborrecían al Nazareno y temían el yugo romano. Ellos nunca me podían perdonar por haber entrado en la Santa Ciudad con banderas que llevaban la imagen del Emperador romano. Y, a pesar de que en ese instante yo había cometido un error fatal, sin embargo el sacrilegio no les pareció menos en sus ojos. Había otra ofensa también arraigada en sus pechos: Yo les había propuesto a ellos emplear parte del dinero del tesoro para erigir edificios de utilidad pública. Mi proposición fue escarnecida. 
Los fariseos eran enemigos declarados de Jesús. A ellos no el importaba el gobierno. Ellos soportaban con amargura las reprensiones severas que durante tres años el Nazareno les había lanzado donde quiera que iba. Siendo muy débiles y cobardes para accionar por sí solos; ellos habían aprovechado el pleito entre los herodianos y los saduceos. 

Además de estos tres partidos yo tenía que contender con la desordenada gentuza que siempre está lista a unirse a la sedición y aprovecharse de la confusión y la alteración del orden. Jesús fue arrastrado delante de Caifás el Sumo Sacerdote, el cual hizo un acto de aparente sumisión. Envió el preso a mí para que yo pronunciara su sentencia y procurara ejecución. Yo le contesté que como Jesús era Galileo, el asunto entraba bajo la jurisdicción de Herodes, y ordené que le mandaran para allá. El astuto tetrarca, con un pretexto de humildad, delegó su derecho al teniente que fue de parte de César, y la suerte del hombre cayó en mis manos. Muy pronto el palacio había adquirido el aspecto de una ciudadela asediada. Cada momento se aumentaba el número de la sublevación. Jerusalén estaba inundada con grandes grupos de gentes de las montañas de Nazareth. Toda Judea parecía estar congregada en la ciudad santa. 

Mi esposa, que era de los Gauls quienes pretendían ver el futuro; llorando se echó a mis pies diciendo: «¡Cuidado, cuidado! No tengas que ver con aquel justo, porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él. Anoche le vi en una visión: caminaba sobre las aguas; volaba sobre las alas del viento; él hablaba a la tempestad y los peces de la laguna y todos le obedecían. He aquí el torrente de Hebrón fluía con sangre. Las columnas del templo se rompieron y encima del sol hay un velo de luto. ¡Ay, Pilato!, el mal te espera si no atiendes a las palabras de tu mujer. Huye de la ira del Senado romano. Huye del enojo de César.» 

A esa hora ya la escalera de mármol crujía bajo el peso de la multitud. El Nazareno fue devuelto de nuevo a mí. Yo procedí a la Sala de Justicia seguido de una guardia, y en tono severo pregunté al pueblo cuál era su demanda. «La muerte del Nazareno, rey de los judíos.» «La justicia romana, dije yo, no castiga a tales ofensas con la pena de muerte.» Pero la implacable gentuza sólo daba gritos: ¡Crucifícale, crucifícale!» La vociferación enfurecida hacía menear los cimientos del palacio. Sólo había uno que parecía estar en perfecta calma en medio de la vasta multitud: era el Nazareno. 

Después de muchos esfuerzos inútiles por protegerle de la furia de sus perseguidores, adopté el medio que me pareció el único por el cual poder salvar su vida. (…)

¿Se encuentra o se ha encontrado alguna vez dicha carta, como afirma el autor de esto, en la Biblioteca Vaticana en Roma? Que se sepa, jamás. 

La carta de los vlogs

Cuando no son esas cartas, se recurre a otras de las que Antonio Piñero ya dió respuesta en Tendencias21 (ver aquí). A este le preguntaban por el contenido de un vídeo de Youtube (ver ejemplo) sobre una supuesta carta donde Pilato describía a Jesús:

Carta de Poncio Pilato escrita al emperador romano sobre nuestro señor Jesucristo
Poncio Pilato al emperador Tiberio César, salud.

Jesucristo, de quien te hablé abiertamente en mis últimas declaraciones, por deseo del pueblo padeció un suplicio amargo a pesar de mi disgusto y mis temores. Por Hércules, que un varón tan piadoso y tan cabal no lo ha tenido ni lo tendrá época alguna. Pero se dio un sorprendente intento del propio pueblo y un consenso de todos los escribas, los jefes y los ancianos contra las recomendaciones de sus profetas y, en nuestra mentalidad, las sibilas, para crucificar a este legado de la verdad. Mientras estaba colgado, aparecieron signos que no solo estaban por encima de la naturaleza, sino que, a juicio de los filósofos, amenazaban con la ruina de todo el orbe. Sus discípulos se conservan florecientes, en sintonía con su Maestro en las obras y en la moderación de su vida. Más aún, en su nombre hacen mucho bien. Y si no fuera porque temía que se produjera una sedición en el pueblo por su estado de creciente agitación, quizá nos pudiera vivir todavía aquel varón. Por lo que, obligado por mi lealtad a tu dignidad más que llevado de mi propia voluntad, no supe resistir con todas mis fuerzas, sino que permití que una sangre justa e inmune de toda acusación, aunque por la inicua maldad de los hombres, fuera vendida y sufriera, a pesar de que todo acabaría en su propia perdición, según la interpretación de las escrituras. Adiós. Día 28 de marzo.

La carta, que toman de la web sacred-texts.com supuestamente tenía una contestación por parte de Tiberio que en algunos sitios la denominan como la epistola Tiberii ad Pilatum (ver aquí). Carta de Pilato a Tiberio de la cual Piñero contestaba:

Tiene Usted editada, y traducida, la tal “carta” en mi obra (de colaboración, pero editada por mí) «Todos los evangelios», EDAF, Madrid 2010, obra que Usted tiene, por lo que dice. Juzgue usted por sí misma.

Es un falso más que claro. No vale para nada. No le haga caso porque es muy tardía y totalmente inverosímil. Además, para colmo, hay dos cartas: una al emperador Tiberio y otra a Claudio. si ya la primera es inverosímil, la segunda es incluso estúpida, porque cuando ascendió al trono Claudio, Poncio Pilato estaba probabilísimamente muerto después de su destierro a las Galias por Tiberio.

Todas las supuestas cartas de Pilato

En su libro, Piñero expone todo el resto de supuestas cartas de Poncio Pilato. Todas las cartas, para desgracia del «cristianismo científico» (ese que intenta justificar sus creencias racionalmente) son medievales. La más temprana es del siglo V e.c.

La Carta de Poncio Pilato a Tiberio: De época medieval, siglos X-XI

La Carta de Tiberio a Pilato: también medieval, siglos X-XI.

La Carta de Pilato al César (Anaphorá): tambien medieval, siglo VII.

Las cartas entre Pilato y Herores: de época medieval tardía (siglo XI/XII).

La Carta de Poncio Pilato al emperador Claudio: también medieval (en torno a los siglos V/VI). Tomada de unos textos apócrifos del siglo II e.c. (Hechos de Pedro y Pablo).

La Sentencia de Pilato: anterior al siglo XVI.

La Tradición de Pilato (Paradosis): también medieval, siglo VII (posíblemente mismo autor de Anaphorá).

Conclusiónes

No. Las cartas de Poncio Pilato que circulan por las redes y que los religiosos se copian unos a otros no son auténticas. Se tratan, como sucede con prácticamente todo en esa religión, de una invención posterior. Una que se ha servido, como todo bulo, del poco criterio y pensamiento crítico de quienes las han compartido asumiendo son auténticas sin si quiera comprobarlo previamente.

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luis
luis
4 años atrás

hola que tal ateo y agnostico, quisiera preguntarle cúal es su opinión sobre un blog que supuestamente pone al ateismo al descubierto. Aquí le dejo una entrada :
Espero con todo respeto su opinión

ateito
ateito
4 años atrás
Respuesta a  ateoyagnostico

Analicemos los pies de foto:

Dios no existe, pero los dioses si (los que se inventan) para muchos ateos

Los dioses no existen (son inventados), excepto el suyo.

El convencimiento de que el comunismo era lo único capaz de crear una sociedad de igualdad y justicia, hizo que las revoluciones comunistas se dieran en todo el mundo

Gracias por la lección de historia, aunque poco acertada: El comunismo no es una filosofía.

En Norcorea, estado ateo, rinden culto a los padres de su nación con grandes estatuas

1º En Corea del Norte existe una dictadura brutal: Ejecutan al exembajador en España por el fracaso de la cumbre con Trump. No agacharse puede tener severas consecuencias, pagando con la vida misma.
2º ¿Por qué piensa que los coreanos de la foto son ateos?

ateito
ateito
4 años atrás
Respuesta a  luis

Hablar de ALGUNOS ateos no es poner al ateísmo al descubierto, sino, en todo caso, poner a ALGUNOS ateos al descubierto.

Que denuncie el creacionismo alienígena es de traca, porque es lo que se creyente defiende, cambiando algunas palabras:

Lo más extremo son aquellos RELIGIOSOS que explican los misterios del origen de la vida diciendo que somos creación de DIOSES y así «resuelven» este problema inventándose ¡dioses! con una ¡supuesta inteligencia! capaz de ¡»crearnos»! pero sin dejarnos ninguna exigencia moral. Son «deidades» hechos ¡a la medida! (¿Le suena lo del dios personal?).

Y sigue:

siguen devotamente la linea que marcan estos personajes pregonando la necesidad del estricto cumplimiento de las normas contempladas en la doctrina que han propuesto

¿No es lo que hacen los cristianos cuando siguen devotamente la línea que marcan los líderes religiosos pregonando la necesidad del estricto cumplimiento de las normas contempladas en la doctrina que han propuesto?

Achacando a los demás lo que el mismo hace:

Su pensamiento les da sentido a su vida y se sienten realizados por ella

Acusando a otros de tener ¡dogmas inflexibles!, ver para creer:

proviene de los dogmas inflexibles

Lo dicho, dogmas inflexibles:

con tal de evitar al único, al que es real: el creador de todo lo que vemos

luis
luis
4 años atrás

gracias por su opinión

Phoenix
Phoenix
2 años atrás

Mi duda es la siguiente…
Porque si supuestamente las cartas son de la época medieval salen a la luz recientemente?

8
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Me encantaría ver su opinión, por favor comentex

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